sábado, 27 de julio de 2013

El arcoiris desciende para mezclarse con nosotros - José Luis Velarde



El maestro habla de soluciones, peso específico, densidad y compuestos que me parecen mezcolanzas sin maldita gracia. Sólo me ha gustado la combinación de tres colores surgida cuando preparó una sangría con vino tinto que no quiso compartir. El gotero que sostiene en la mano derecha deja caer una gota de miel sobre el agua contenida en un vaso. Los alumnos la vemos descender hasta el fondo. Sube apenas mezclada. El maestro ni siquiera la mira mientras explica los cambios paso a paso. Pregunta monótono si la temperatura del agua o la altura desde la que se deja caer la miel introducen cambios en el producto final. El laboratorio parece un cementerio. Llueve en el exterior. Pienso en un poema. Escribo lo que pienso y se lo muestro a Laura.
“El arcoíris despliega velos de seda.
Van de la librería al cementerio.
Tú y yo estamos en cada extremo.
Muero mientras lees un poema.”
Siempre he dicho que tengo mala suerte y que la poesía es un buen instrumento para conservar un noviazgo.
Laura sonríe y tras ella otras dos compañeras se agitan cuando el maestro interrumpe la exposición de menjunjes para dirigirse a mí.
—Compañero Godínez, por favor lea el texto que tanta gracia causa a la clase.
El maldito. Me incorporo y leo como si fuera un trabalenguas de tan enojado que estoy.
—Espero que así como consiguió unas líneas bastante bien estructuradas pueda explicar los conceptos que me empeño en exponer.
Me disculpo. Permanezco en silencio. Recibo tarea extra que anoto sin reclamaciones.
Dos minutos después intento enhebrar un cabello de Laura en el ojo de una aguja que encontré sobre la mesa del laboratorio. Es imposible.
El timbre llega al rescate como todas las horas como todos los días. Es la hora de retirarnos. Laura sube a mi auto. Luce contenta. Arranco como si tuviera prisa por recorrer los cuatro kilómetros que separan el campus de nuestra ciudad. El arcoíris se ubica en los dos extremos señalados en mi poema. Laura lo advierte y me da un beso en la mejilla y me dice que me quiere. No respondo. A ella no parece importarle y habla sin parar sobre una fiesta próxima a la que no podemos dejar de asistir. Pienso en la olla de oro que aguarda en el final del arcoíris. Tomo el libramiento para ir hasta el cementerio. Frunzo los hombros cuando Laura pregunta por qué cambió la ruta que siempre seguimos. No respondo. Quisiera reconocer el final de un arcoíris. Laura pregunta si ya no la quiero. No respondo. ¿Y si termina en la librería y sigo una mala elección? Ella insiste con el interrogatorio absurdo y cada dos o tres frases dice que hará lo imposible por entender mi silencio, pero que de todos modos me quiere.
No respondo.
Laura grita y yo también grito al descubrirnos dentro de una nube roja. El aire se colorea conforme nos adentramos en el arcoíris. Me pregunta qué ocurre, pero nuestro velo ya es naranja. La neblina se espesa y es más difícil avanzar. Aún así nos movemos a unos diez kilómetros por hora. Al adentrarnos en el amarillo nuestro recorrido se interrumpe.
Afuera la combinación de colores muestra un dorado espléndido.
Me extraña el silencio de Laura.
La descubro brillante, muda y estatuaria.
Una mujer de oro sentada a mi lado sin proferir palabra.
Mi corazón late frenético cuando al dar marcha atrás Laura permanece sin cambios, en cambio el auto comienza a ganar velocidad.
Maniobro hasta reorientarlo. Me distancio del cementerio lo más rápido que puedo. Mientras me digo que la leyenda del arcoíris es cierta a medias. En ninguna parte te dicen que debes ir acompañado por alguien que te ame para recibir tu recompensa.
Debe tratarse de una mezcla efectuada en las condiciones correctas tal y como dice mi profesor de química.
Algo relacionado con la densidad, el amor o las soluciones que tampoco entiendo.
Por primera vez en muchos días me enorgullece no saber nada.


Acerca del autor:  José Luis Velarde

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