miércoles, 13 de febrero de 2013

El hombre y la imagen - Francisco Garzón Céspedes


El hombre joven se detuvo en la penumbra de la calle y saludó a la joven mujer. Cuando la mujer no le respondió, el desconcierto le impidió al hombre insistir. Tampoco fue capaz de irse. El magnetismo de la mujer lo había atrapado. Desde la primera milésima de segundo.
Al hombre le pareció infinito el tiempo que tardó en darse cuenta de que la mujer era y no era. De que en la pared sólo estaba una imagen fotografiada a tamaño natural.
Al descubrir que la mujer era una foto, sonrió con amargura y a grandes zancadas se alejó. Esa noche no durmió. Y los pocos minutos que durmió, soñó que la mujer respondía a su saludo.
A la mañana siguiente el hombre comenzaba a semejarse al espectro de sí mismo. Fue casi su espectro quien al salir de la casa, en vez de encaminarse al trabajo, regresó a aquella calle, escudriñó la foto, y anotó la referencia de la agencia publicitaria.
En la agencia publicitaria se negaron a darle información alguna. Y se burlaron de su historia y de los amores con tal naturaleza. El hombre tomó una decisión, primero, pidió vacaciones y, al agotarlas, un permiso en su trabajo. Por insomnio persistente y alucinaciones. Aunque no dormía, y ya ni siquiera era su espectro, lo que quedaba del hombre iba cada día rumbo a la agencia publicitaria. Y aguardaba en el portal de enfrente, a escondidas, que la modelo de la foto apareciera.
La modelo apareció. Para despedirse de sus amigos de la agencia porque había sido contratada para posar en el extranjero. Estaba harta de vivir en soledad y pensaba que un cambio de aires, otro país, otra región, otra ciudad, quizás mejoraran su suerte. Tropezó con el hombre, semiescondido detrás de una columna ancha y maciza. Tropezó al salir del extenso portal hacia la acera, para cruzar la calle y entrar en la agencia. Le pareció conocerlo y lo saludó.
Pero el hombre se impresionó de tal modo, al verla en vivo al cabo de tanta espera, que no pudo responder.
La mujer llegó a la agencia con la inquietud de haber saludado a un loco. Y de loco lo tildaron los de la agencia, cuando desde una ventana se lo señalaron y le contaron que llevaba semanas aguardándola.
La mujer sintió que si ese hombre hubiera estado rasurado y bien vestido, sin aquella expresión de demencia; que si lo hubiera conocido en circunstancias normales, hubiera podido enamorarse. Pero salió por la puerta de atrás de la agencia para protegerse de una posible agresión.
La misma ambulancia recogió al hombre y recogió a la mujer.
Al hombre, desmayado por tanto anhelo, tanto insomnio y tanta ansiedad. Al hombre, impactado por haber visto a la mujer, y, finalmente, desesperanzado al no haber sido capaz de presentarse, de explicarle, de declararle su amor.
A la mujer, porque al escapar de la agencia por la puerta trasera, en el temeroso apresuramiento no vio venir a la ambulancia, que la golpeó de pasada y la hizo caer.
Cuando el hombre y la mujer, cada uno en una camilla de la sala de urgencias, recobraron el conocimiento, pero no la memoria, creyeron conocerse desde hacía mucho y tímidamente se sonrieron. Y sonriéndose seguían cuando cediendo a un impulso abandonaron el hospital de la mano. De la mano y radiantes de confianza, sin saber exactamente quienes eran, pero como sabiendo adónde dirigirse.

De Historias de amores imprevistos
Acerca del autor:   Francisco Garzón Céspedes

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