viernes, 18 de enero de 2013

Banda sonora - Rafael Blanco Vázquez


Era verano, claro. Se pasaban el día juntos. Iban a la playa, de fiesta, a dar vueltas con el coche. A él le gustaba ella pero la encontraba inasible. Era linda como pocas y tenía aventuras por doquier. Así que él, medio en broma, siempre le cantaba aquello de Santiago y Luis Auserón (versionando a Otis Redding):

Juguetitos hay por docenas
En la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
Ay nena, te juro que soy duro de pelar

A ella le gustaba él pero lo encontraba inasible. Tan guapo, con esas canas. Un tipo que le sacaba catorce años, proclive al nomadismo. Le gustaba, era un hecho. Sólo que acumulando aventuras esquivaba lo esencial y evitaba sentirse vulnerable. Como todas las lindas era miedosa, pero también juguetona. Así que, medio en broma, siempre le cantaba aquello de Luis y Santiago Auserón (versionando a Screamin’ Jay Hawkins):

Por un hechizo tú
Vendrás a mí
Deja ya de enredar
Tiene que ser así

Un día iban en el coche, camino de sí mismos. Sonaban los hermanos Auserón (versionando una canción de Ray Davies popularizada por The Kinks):

Suéltame por favor
Que me estás matando con tu abrazo mi amor
A ver si el nudo sabes deshacer
Igual que antes lo hiciste suéltame eh
O qué

Suéltame desazón
Antes de que me consumas el corazón
Anula el sortilegio de este amor
Y deja que respire suéltame eh
O qué

Y ella con complaciente inocencia preguntó:
—¿Qué significa desazón?
Y él con erudición contenta respondió:
—Desasosiego, inquietud, zozobra.
La suerte estaba echada. ¿Quién puede escapar al tópico?

*****

Era verano, claro. Un verano increíble. El mejor amigo de él (también madurito) y la mejor amiga de él (también jovencita y también mejor amiga de ella) conocían otro idilio singular. Pero cosa curiosa, rara vez estaban los cuatro juntos. Él estaba o bien con la parejita o bien con ella a solas. No me pregunten por qué. Está bien, yo creo que es porque así ellos se preservaban. De hecho nadie estaba al tanto de su historia. Para el mundo tan sólo eran amigos.

*****

El coche de él era el marco de todos los viajes. Como aquel que hicieron los tres después de que la mejor amiga siguiera la recomendación de los Auserón (versionando a Eddie Cochran y Jerry Capehart):

Y a tu madre le dirás que te vas de vacaciones
Porque ya tienes edad de tomar tus decisiones

Les encantaba sentirse como teenagers incomprendidos. A ellos porque, nostálgicos sin solución y cinéfilos sin remedio, se creían en Rebelde sin causa, en Al este del Edén, en Esplendor en la hierba. A la amiga porque a sus 22 estaba en el límite entre la adolescencia y la edad adulta, un límite siempre difícil que nadie está seguro de querer rebasar. Hasta el punto de que se inventaba ligeros conflictos con los padres, a los que ni siquiera se les habría pasado por la cabeza prohibirle nada. Todo tenía un perfume de verano que nunca volverá. Y ellos seguían cantando a coro la canción anterior:

Una locura soy capaz de hacer
Tristeza de verano al anochecer

*****

El verano tuvo un final feliz. El amigo dejó a la amiga y ella lo dejó a él. La amiga hizo un par de pucheros y él se sintió viejo e inútil. ¿Acaso existe mayor voluptuosidad? Él aún recuerda, años más tarde, cuando la acompañó a coger ese tren que él intuía que sería el último, sin que lo hubiesen hablado. Ella iba seria. Él cantaba para sus adentros a los Auserón Brothers (versionando a Robert Johnson):

Cuando el tren se alejó
Con sus dos luces detrás
Cuando el tren se alejó
Yo vi sus dos luces detrás
Una azul por mi pena
Roja porque tú te vas
Es en vano mi amor

*****

Poco después él, por esas cosas de la vida, conoció a Santiago Auserón en París. Se estaban tomando unas cervezas y no se resistió a la tentación de decírselo:
—Santiago, no te haces una idea de lo que yo he follado gracias a tu disco Las malas lenguas.
—Me alegro, chaval. Es un placer ver que la música de uno acompaña (qué digo acompaña, genera) tan gratos momentos.
Y pensó que estaría bien algún día rendirle un homenaje a todos los que hicieron posible aquel verano. Ella, su amigo, su amiga, los dos Auserón, su coche.

Sobre el autor: Rafael Blanco Vázquez

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