domingo, 23 de diciembre de 2012

Campanazos - Abelardo Cid Topete


Campanazos, cohetería desbocada e inútil, ladridos tal pedradas certeras, voces insolentes con tesitura de insomnio , cantos pintados de nostalgia equivocada evocando lugares desaparecidos en el tiempo y presentes en la pupila ya acabada, es el rutinario despertar del pueblo, ganándole al sol la despertada y a los pájaros su bostezo matutino.
Mi nombre no importa, ni yo mismo lo sé, me hablan como quieren o simplemente me mal miran y a todos hago caso, eso sí, el tono es importante, si te equivocas ya valió, en mi existe naturalmente el conocer a la gente por su tono, enseñanzas que me ha dado la vida y los miles de personas que he tratado, valga decir personas, lo que se llama personas son pocas, las demás son seres desarticulados anímicamente, que han pasado su vida entre el silencio y la pared esperando por algo que creen saber lo que será en la otra vida y no en ésta, guardan su humanidad para cuando ya no sean humanos viviendo como monos de cilindrero en su cuasi vida temporal.
Pero bueno, no me preocupa ya que si hoy están, mañana no, y estarán otros iguales o peores, rarísimo que fueran mejores, en fin los que pierden la vida desde que nacen son ellos yo solamente camino, veo, oigo y anoto.
Es en este caminar, que he aprendido algo de la vida de las personas, muchas veces lo que sé ni ellos lo saben de si mismos, inventan cada cosa, que terminan por creerla y además lo heredan a su camada. Les es más fácil inventar ser decentes y proclamar su honor, que tenerlo y serlo, no digo que en todas las puertas que visito es lo mismo, pero casi, no fallan los malos ladridos en todas las familias. Con el paso del tiempo y con la amnesia que da la sociedad se convierten en excrementos disfrazados de flores, mas mi fino olfato canino detecta la mierda aunque huela a aromas de perfume auténtico, que por lo general son piratas, como su moral. Así es la vida de los animales humanos, haciendo sin hacer nada, son muy creativos e imaginativos, levantan grandes castillos de cristal cortado con cimientos de sus propias bostas, nosotros los animales perros las dejamos a la vista y no nos tropezamos en ellas, cuánto no tienen que aprender los humanos de nosotros.
Hoy desayuné, si es que a esto se le puede llamar desayuno, algo informe, viejo y rancio que me arrojaron al pasar por la puerta de doña Justa, tan viejo y tan rancio como ella misma, esto es algo que he aprendido en mi perra vida, “dime que me vas a dar de comer y te diré como eres” no falla, es una ley canina universal y absoluta, si es que en otras partes del universo hay perros como aquí.
Dicen las malas lenguas que es lo mismo que las buenas, que doña Justa nació allá pasando la primera mitad del siglo pasado, es tan vetusta su mente y apariencia que cuando se rasca parece que toca el güiro, fue una niña simpática y bonitilla como todos los cachorros de cualquier raza que aunque vayan a ser feos lo disimulan o les dicen piadosas mentiras, no sé si fue buena suerte donde nació o mejor suerte sería no haber nacido allí, eso solo el destino lo pudo saber, su rancitud huele a mucha distancia y paso con las narices volteadas para oler mejores aires, pero hoy el hambre duele mucho y no ventean otros aires, todo en ella es rancia, la casa, su ropaje, su risa falsa arranciada, y su estúpida y rancia presunción de la nada. Fue la tercera de 5 hermanos, algo vieron sus padres que en ese momento la hicieron diosa, más diosa que las mismas diosas conocidas y desconocidas convirtiéndola en una herrada invertida y herrada para toda la vida.
La madre, doña Chuta, fue una brasa casi apagada de una familia caciquil casi apagada, tuvieron tierras, ranchos, animales y muchas mañas, las cuales fueron puliendo al paso de las lluvias, ella, doña Chuta se fue a la capital del estado a estudiar y trabajar, regresando al pueblo para casarse con don Chano, fue un matrimonio de conveniencias, cada quien pensando en la fortuna del otro sin haber ninguna de ambos. Al primer día ya no había conveniencias y empezó el reclamo compartido que no lo terminó ni el sepulturero, fue lo único que heredó la camada, reclamos que siguen ladrando sin nunca llegar a la afonía para dejar de oírlos.
Después de sus cantados y reclamados desayunos que me avienta, le suelto uno que otro ladrido obsceno y sensual al tiempo que me rasco los compañeros, ella desvía su mirada extasiada hacia mi horizonte ruborizándose hipócritamente, quedándose como perro en carnicería, babeando y relamiendo sus agrias y rancias babas, corre al templo dizque a nosequé de confesadas, regresa escurriéndose por las paredes con mirada de vestal escandalizada sin voltear a verme y sin babas, ha de ser confesión de bulto y penitencia in situ. Eso sí, hay que reconocer que es una gran persona, un alma de las que ya no se dan, metida teológicamente en las vidas de todos los demás, sufre y disfruta con los pecados ajenos, es tan caritativa que va a misa dos veces al día para expiar las culpas de los demás. La gente no la comprende, no la entiende, a pesar de todos sus sacrificios por la humanidad es calificada como metiche, sacahebras, chismosa (palabras que pueden ser oídas y escritas) por el lado, tema y ojo que se le vea, disfrutando estoicamente en su alma las puñaladas de uno que otro pecador arrepentido para gloria de los santos y goce de ella, solo Dios sabe lo que ella hace por la humanidad, yo nada mas desayuno y me voy sin voltear, sin ladrarle un gracias, ni gruñirle una despedida, ya mañana pasaré por mejores puertas con otros vientos y otras gentes.

Sobre el autor: Abelardo Cid Topete

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