sábado, 10 de noviembre de 2012

La maestra 1 – Francisco Garzón Céspedes


La maestra comienza su día de trabajo desde el momento mismo en que despierta. Muchas mañanas, cuando tras abrir los ojos permanece unos minutos acostada, sin levantarse de la cama ya reflexiona acerca de alguna de las materias que enseñará o acerca de alguno de los pequeños y la individualidad que es; y, muchas otras mañanas, su “ensayo” de la clase nueva empieza sin que ella haya puesto los pies en el suelo.
Y es que lo que en su casa realiza muy temprano: desentumecerse, echarse agua en el rostro, verse en el espejo, lavarse los dientes, ducharse, preparar el desayuno, desayunar y fregar lo recién utilizado, vestirse, reunir los cuadernos y notas necesarios para partir, entre más acciones cotidianas; la maestra lo hace, en gran medida, inmersa en pensamientos relacionados con el colegio, el aula, las asignaturas y los alumnos.
“Si siento el latido de la clase, si escucho los latidos de mis alumnos, la jornada podrá ser desde una reafirmación hasta una sorpresa, desde un aprendizaje mutuo hasta la exploración de un arcoíris.”, piensa.
“Ese recodo del patio en el colegio ¿no debería estar vallado?” Y es que un caminante ha avisado del haber visto ponerse histérico a un alumno con otro que había querido jugar pateándolo, y que el que no quería jugar le había corrido detrás al de la patada con un camión de juguete en la mano alzada mientras le gritaba desaforado: “¡No quiero lucha! ¡No quiero lucha!” Y, sin embargo, era evidente que si a algo el niño parecía dispuesto era a luchar. “Ninguno de los profesores o del personal administrativo lo percibimos porque ese recodo del patio está alejado, en la oscuridad, y no se lo cuida a cada minuto. No hemos sido ejemplares en algo tan prioritario como la atención. Tenemos que ser ejemplo todo el tiempo.”, concluye.
Esta mañana cuando la maestra se acerca al aula unos minutos más tarde de lo acostumbrado, pues suele llegar la primera pero ha debido recoger un material escolar, observa desde afuera la pequeña laguna ondulante de cabe-zas y se cuestiona cuántas habrán pensado en el colegio al despertarse.
Y tiene un sobresalto porque de pronto se pregunta cuál la recordará. Se pregunta si alguno de estos pequeños seres pensará al crecer que ella fue su modelo. Entonces, no obstante las agudas punzadas en sus hombros, la maestra endereza el cuerpo, destierra el dolor, escala una sonrisa y completa una frase ingeniosa para saludar, por lo que, al entrar, como si fuera el genio de la lámpara, exclama: “¡Gigantes, os espera el castillo de los conocimientos!”

De Cuentos de la maestra (Edición Los cuadernos de las gaviotas)
Sobre el autor: Francisco Garzón Céspedes

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