viernes, 23 de noviembre de 2012

Cerezas con crema – Ada Inés Lerner


“El hombre es un animal bípedo, implume”
Platón.

Hace unos días recibí la visita de un niño, venía a visitar a mi hijo que, por un rato, había ido con su abuela a una plaza cercana.
—Soy Huguito —me dijo y sin esperar a que lo invitara cruzó la puerta— ¿ está Gabriel? —Apenas entró en la cocina de mi casa se dirigió a la mesa, se ubicó en la silla alta y se apoderó del pote con nueces picadas que acababa de preparar para una torta. Intenté explicárselo, se encogió de hombros, enseguida volcó una parte del contenido en una pequeña compotera de cerezas con crema.
—Ey! – le dije – eso estaba preparado para mí.
—¿Me alcanzás una cucharita?
La respuesta me desorientó quizás porque fue dicha con el desparpajo de sus cuatro añitos. ¿Cómo negarme? Estaba subyugada por sus rulos y los rasgos, aún imperfectos, de su cara como si fuera un boceto artístico a mano levantada.
Pensé que en un libro de sicología no hubiera estado tan claro. Aprendí mucho con él. Aprendí que tenía el alma de todos los hombres, quiero decir el egocentrismo de los hombres (primitivos y modernos). Sonreí para mis adentros mientras mi pequeño visitante engullía el postre.
—¿No te parece que deberías convidarme un poquito? – sugerí
—¿ Por qué? Si no te conozco, no sos mi mamá ni mi papá – contestó con la boca llena.
Bien, pensé. Ésa es la moral de los hombres, los conocidos son mi familia, los otros (otra raza, otra religión, otro país) son potenciales enemigos.
En este momento regresa mi familia.
—Hola Hugo – dijo mi hijo -- ¿venís a jugar conmigo?
¡Sorpresa para mí! Gabriel lo tiene todo claro. ¿A qué otra cosa podía venir Huguito, sino a satisfacer las necesidades de mi hijo?
Abren el canasto de los juguetes, hunden sus bellas cabecitas en él y desde la cocina, mamá y yo los escuchamos charletear durante un buen rato, hasta que por los gritos intempestivos y alternados de los dos corremos a hacer justicia.
—Pero, chicos ¿qué sucede? ¿podemos ayudarlos? – mamá está en justiciera.
—Hugo quiere llevarse mis juguetes, abuela. Son míos, sólo míos. – ante nosotros los dos chicos tironean y se abrazan, sucesivamente, a diversos objetos.
—Bueno, pero Huguito es tu amigo, prestale alguno hasta la hora de ir al Jardín Me mira con la decepción pintada en su carita furiosa. Pienso: esta escena se volverá a repetir en el futuro ante situaciones más graves, pero ¿para qué pensar en eso ahora?:
—¡Mamá! los juguetes son míos... mirá Hugo los juguetes son míos... y te presto esto – y le ofrece un osito rotoso con una oreja mordida por nuestro perro y las vísceras de algodón al aire. – Y por un rato. -- Mi hijo defiende sus posesiones tal como lo haría un hacendado capitalista y entrega, en nombre de la caridad, lo que le sobra.
Les pido a ambos que se saluden cortésmente y acompaño al visitante a la puerta de su casa; de regreso compro cerezas, crema y nueces mientras pienso en “La Isla de los Pingüinos” de Anatole France y en qué lejos están los hombres del placer de compartir o de compartir el placer.

Sobre la autora: Ada Inés Lerner


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