martes, 21 de agosto de 2012

Las letras que se esconden bajo el velo de la percepción – Héctor Ranea


—Fesor. Usted es fanático de fábulas y ficciones farfulladas por fanáticos y feos funámbulos de la fiesta finisecular.
—¿No le parece que exagera, Feta?
—¡Para nada! Soy apenas un científico que trata de acomodar los datos para hacerlos interpretables, para hacerme una miniatura en mi cabeza de todo el vasto universo.
—¡Usted sí que cayó en las barbas del Candado ese!
—¿Se refiere a Locke? Usted está majareta. Kant es mi amigo. Kant es mi alma. Su velo de la percepción me ha salvado de muchas interpretaciones erróneas de ese mundillo del Candado.
—Su velo le habrá salvado a usted de diversas enfermedades, lo creo. Va usted con cada una...
—¡No se meta con mi vida privada, Fesor, no le permito!
—Se salvó del carbunclo, de la mitología, ¡de cada enfermedad!
—Por suerte soy poliateo. ¡Eso me salva, Fesor!
—Usted y sus posturas teológicas, ¡no me haga reír!
—Kant me salva, Locke me atosiga. ¡Viva Russell!
—O sea, a usted cualquier bondi lo deja bien. Seguro que admira a Nietzsche.
—Seguro que tuvo que pensar dos veces antes de escribir su nombre.
—Es que no se lo escribe en vano, Feta.
—¿Y qué se le ha dado por el velo?
—Me está gustando esto de ser musulmán.
—¡Pero no! ¡Sólo las musulmanas usan velo!
—¿No sabía, Fesor? ¡Me cambio el sexo la semana que viene! Me va a tener que llamar Feto.
—¡Usted sí que es majareta, Feta! De varón Feta, de mujer, Feto.
—¿Quién dijo que seré mujer?
—¿Qué, en sexo hay tercero?
—Tengo entendido que sí.
—Averigüe bien. No se deje caer en la tentación. Mire que se lo cortan y...
—¿Cortar? ¿Cortar qué?
—No se horrorice, usted pagó, nosotros cortamos.
—¿Nosotros?
—¿Y quién, si no? Sólo estamos usted, yo y Godot.
—Mejor vuelvo el tiempo atrás.
—Pague y lo llevo.
—¿Tiene la máquina del tiempo?
—En el modelo de Locke, amigo, el tiempo es reversible. Acuérdese que no tenía en claro la Segunda Ley de la Termodinámica.
—Sí; y Schrödinger no tenía gato, Fesor.
—¡Tenía que ponerlo a Schrödinger!
—En realidad, puse a su gato. Y sí. Me gusta el hombre ese. ¡Flor de apellido, otra que Nietzsche!
—Tiene razón. ¿A dónde lo llevo?
—Acá. Pero una hora atrás, cuando decidí lo del cambio de sexo.
—Muy bien. ¿A qué letra mandamos esto, Feta?
—Creo que a la efe, Fesor.
—Está bien, fair enough.

Acerca del autor: Héctor Ranea

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