miércoles, 29 de agosto de 2012

Hondo destino – Rubén Pepe


Hacía varios días que estaba arreglando el jardín, era un extenso terreno, en parte algo yermo, con poca vegetación rala y mustia, pero hacia el límite con la pared medianera se extendía una maraña de enredaderas mezcla de hiedra que trepaba por la pared, grateus y unas guías espinosas, también se adivinaban ocultos restos de escombros e informes masas de pedruscos. Las enredaderas de a poco las fui desentrañando a golpe de azadas, rastrillos, inclusive a golpes de pico. Armé una pila con las enredaderas esperando que se secaran para para darles fuego. Con pico y pala fui sacando los escombros, viejos despojos de una construcción anterior a mi época, los restos estaban cubiertos por una espesa capa de musgos, había restos de ladrillos de gran tamaño ligados por una mezcla compuesta de tierra negra y rojiza, creo que la llamaban “tierra romana”. Al desembarazar de vegetación el espacio lindero, junto a un rincón encontré una losa rectangular que quién sabe que tapaba u ocultaba. Como era domingo y ya atardecía decidí abandonar la faena, y la dichosa losa. Pasé la semana enfrascado en las tareas de mi profesión: corrector en una pequeña editorial especializada en ediciones de bajo tiraje, y ediciones colectivas.

Al retomar las tareas en el terreno con curiosidad e intriga vi que la losa estaba algo desplazada del sitio y algo levantada, pero que no permitía adivinar que ocultaba. Intenté hacer palanca con una barreta, inútil esfuerzo, no se movió ni un centímetro. A la noche habiendo conciliado el sueño, visualizo el rincón de la medianera con la imagen de la losa que vibraba, se levantaba y escapaba una luminiscencia verde amarillenta acompañada de un murmullo atenuado, seguido de un gruñido entrecortado, a continuación salía del hueco una excrecencia con consistencia espesa. Me desperté ahogado y bañado en un sudor frío y con una aguda puntada en la zona coxal. Me refresqué en el baño, me volví a acostar y no logré conciliar el sueño. Cercano al amanecer me levanté y abrí la ventana, instintivamente dirigí mi mirada hacia el inquietante rincón, la losa estaba partida y una masa espesa como un charco de alquitrán burbujeante manaba de la abertura. Tembloroso me vestí y salí al terreno, con cautela y no exento de temor, me acerqué al fatídico rincón, con una rama toqué la oscura mancha que en contacto, esta ardió, estremeciéndome me retiré... pero algo hipnótico e intangible me atrajo. Los trozos de la losa se apartaron, me paré a un par de pasos, nuevamente la tracción me llevó al borde mismo del hueco, una luminosidad reflectante me llevó a asomarme, y la superficie líquida me devolvió mi imagen, repentinamente salió un ¿brazo humano? Y me asió del cuello arrastrándome a las profundidades...

El tiempo transcurre inexorable, una década después, en el terreno se comenzó a erigir una construcción y en un rincón del terreno se halló un pozo que al desagotarlo hallaron dos esqueletos humanos unidos por las vértebras coxales.


Acerca del autor:
Ruben Pepe

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