sábado, 16 de junio de 2012

La siesta – Héctor Ranea


Me desperté lentamente de la siesta. Siempre que me pasa eso, me queda un sabor dulce en la boca, como si hubiera comido algo amargo y luego me bebiera un vaso de agua fría. Me levanté como siempre que me despierto lentamente, o sea, en dos tiempos. Primero incorporo el torso mientras lo roto, luego apoyo las piernas y las estiro haciendo equilibrio (que, aunque suene a muchas cosas, son dos movimientos, después de todo) y en ese equilibrio doy el primer paso, que es desequilibrarme. Esa tarde llegó al baño y me lo encuentro, orondo, como si fuera su casa.
—¿Qué hace acá?
—¿No te dije que me podías tutear?
—¿De dónde lo conozco?
—No nos conocimos en Constitución, si te referís a eso. Pensá: anoche, en el bar.
—¿Qué bar?
—¿Te olvidaste?
—Anoche fui al bar, sí; pero no conocí a nadie y ciertamente no a un hombre. Fui a buscar una mujer.
—Todos dicen lo mismo.
—¿Qué quiere decir?
—¿Qué tomaste?
—Lo de siempre. ¿Qué importa qué tomé? ¡Importa que ya me hincha las pelotas que esté en mi casa sin mi autorización y con mi pijama!
—¿Tu pijama? —El sabor dulce del despertar de la siesta se me empieza a hacer amargo. Otras veces hube de meterme con este entrometido, pero esta vez la cosa es más seria. En efecto, está usando mi pijama, entra al baño sin preguntar quién está adentro, me habla de un bar como si nos conociéramos de allí, me tutea, no quiere tutearme como si no me conociera, hace años que ronda esta hora de la siesta, no me quiere ni ver, por eso cierra los ojos cuando se levanta, no recuerda qué tomé, no sabe qué quiero decir. Me levanto del baño, me dejo estupefacto de saber que anoche quise ir al bar, pero me sofrené. ¿Cómo lo supo? ¿Cómo lo supo?


Acerca del autor:
Héctor Ranea

No hay comentarios.: