martes, 26 de junio de 2012

La ley y el orden – Héctor Ranea


—¡Pero tía Clotilde! Le dijimos miles de veces que no leyera. El que hablaba no era un partidario de la ignorancia. No se olvide de qué familia venimos, por favor, oficial. Mi abuelo, por caso, fue fundador de la Biblioteca de Mirador del Monte, Cooperativa de trabajo. Fecha aproximada 1922. Nuestro padre fue Director muchos años, mi madre Directora de la Escuela Primaria Antonio Felíz Azul, la primera de la zona. Fue maestra desde el 47, más o menos, montón de años. La mismísima Clotilde, mi tía, nuestra tía, fue Secretaria de la Biblioteca de la Cooperativa, maestra de la Escuela, daba clases en Iraola en la secundaria Próspero Valle y se jubiló como maestra de danzas clásicas y tangos. O sea, leer, leíamos en la familia. No se confunda. Pero escuche esto que tengo para decirle, oficial. Usted casi no nos conoce porque es nuevo acá. Venga primero a la sala de lectura de casa, ¿quiere un té?
Entran. El té está servido, el oficial se sienta y pronto comienza a beberlo.
—Pasa con la tía Clotilde que le gusta mucho leer cuentos cortos. De esos que duran un suspiro, a lo sumo dos.
—¿Y eso qué tiene que ver, señora?
—¡Ay, hijo, todo tiene que ver con esto, todo! Porque ella suponte (puedo tutearte, ¿cierto? Tienes la edad de mi hijo) —el oficial asintió ruborizándose un poco—, suponte, digo, que lee un cuento en el que Drácula pasa caminando por un escaparate, ve un maniquí muy realista, lo roba, se lo lleva a la casa y ahí descubre que es de cartón piedra. Al rato, viene la policía y lo arresta, lo juzgan y queda en la cárcel. Drácula amargado y virulento, grita: ¡Amalaya! He matado a tantos y nunca me atraparon y ahora me atrapan por robarme un simulacro de mujer...
—¿Ese es el cuento?
—El cuento es así.
—¿Todos son iguales?
—Bueno... hay veces que no es con Drácula sino con Moby Dick, con Superman, con Tarzán, con John Lee Hooker, con Philip K Dick. En fin, tiene cualquier cantidad de posibilidades, ¿sabes?
—A ver si la tengo clara. Me confunde porque Moby Dick es una novela.
—Claro; justamente, los autores de cuentos breves usan los personajes, pero hacen otra ficción. El asunto es que los lectores son como cómplices.
—¡Ese lenguaje lo entiendo! Claro. Ustedes no quieren que la tía Clotilde se convierta en cómplice.
—No; el problema con la tía Clotilde es que se los cree. Pero se los cree de manera tal que vive esa historia u otras con esos personajes y se asusta de veras. Ponle el caso de Drácula. Ella va a estar asustada toda la hora del té pensando que Drácula se va a enojar como la puta madre (perdona mi francés) con ella por leer esa desgracia personal y va a venir para vengarse.
—O sea, con un cuentito corto, se hace la película. ¿Y por qué sería cómplice?
—Bueno. Por eso la matamos.
—¡A las pelotas! ¿Se está usted confesando asesina?
—¡Usted por quién me toma? Yo me confieso sólo con el Padre Vélez.
—Me refería a una confesión de delito, de crímenes. ¿Ustedes mataron a la tía Clotilde?
—No me entendió nada. Ya no era la tía Clotilde. Decía llamarse la madre de Drácula.
—¡A esa sí la conozco! Figuraba en una película británica de Terencio Fisher; del sesenta o 61. Gran actuación de Peter Cushing haciendo como siempre de van Helsing. Genial Yvonne Monleur...
—Monlaur. Era Monlaur. Hacía de Marianne Danielle. Maestra, como mi tía. Imagínese adónde vamos con la trama.
—Claro. Se copó por el personaje.
—No; no da la edad. Se copó con la madre del Conde.
—¡Martita Hunt! Genia total —se entusiasmó el oficial.
—Veo que tenemos varias cosas en común —dijo la interlocutora, bajando la vista con recato—. Yo también la admiro. Mi marido era gran fan. Tratamos de organizar un taller en la Biblioteca de la Cooperativa pero no tuvimos mucho éxito. A la gente le gustaba más Mamie van Doren.
—¡Claro! ¡Estos pueblos! Siga contándome de Clotilde. ¿Cómo dice que murió, entonces?
—Quería que nosotros fuésemos van Helsing. Estaba tan copada con su personaje de madre de Drácula que lo protegió ferozmente. Mordió a Cristian, a Estela y le pegó un arañazo en el hombro a un mujik que trajo mi abuela cuando vino de Ucrania.
—¡Caramba! Debe tener sus años el mujik para pelear con el vampiro.
—¡Imagínese! Es que la eternidad, para nosotros, es cosa bastante normal.
El oficial se incorporó en el asiento. Dejó de beber el té.
—¿Cómo dijo, señora? ¿Escuché bien?
—¡Ay, oficial! ¡Pero al final usted es como la tía Clotilde, se cree todo lo que le cuentan!
—Señora, usted me acaba de decir que entre ustedes la eternidad es cosa normal...
—Bueno. Como quien dice, un flatus voci lo puede tener cualquiera, oficial.
Y dicho esto, hizo sonar una campanita de cristal, entró el mujik, le pegó un mazazo en la cabeza y llevó el cadáver del oficial a la cripta donde estaban velando a Clotilde. Todos se acercaron al policía muerto. ¡Ah, sangre fresca! —exclamaron.

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2 comentarios:

Javier López dijo...

Acaba de dejar usted a Bram Stoker en calzoncillos, D. Ogui.
¡Muy bueno!

Ogui dijo...

me sonroja usted, Javier! :)