lunes, 9 de abril de 2012

Melancolía - Rafael Blanco Vázquez


—¿Tiene algún libro de James M. Cain?
—Caballero, esto es una zapatería.
—¿Y eso le impide tener libros de James M. Cain?
—Caballero, no tengo tiempo.
—¿Se está usted muriendo?
—No, ¿por qué?
—Tiene mala cara.
—Hace mucho calor en esta tienda.
—Salgamos afuera y fumemos un cigarrillo.
—Está bien. ¿Cómo se llama usted?
—José Mauricio.
—Yo me llamo Dominga.
—¿Me regala un cigarrillo, Dominga?
—Lo que haga falta.
—Qué lindo es fumar. Lástima que haya tenido que dejarlo, pero últimamente me sentaba realmente mal.
—¿Y por qué fuma ahora?
—La vi a usted y me entraron unas ganas súbitas, irreprimibles.
—Es lo más bonito que me han dicho nunca.
—Puedo decirle cosas aún más bonitas.
—¿Por ejemplo?
—No se me ocurre nada.
—¿Quién es usted, ser misterioso?
—José Mauricio Bermejo, agente de seguros, para servirla a usted. Los lunes ceno con unos amigos maricones, luego charlamos y tomamos caipiroskas, los martes voy a mi bar favorito, los miércoles juego al fútbol con unos amigos machotes, luego cenamos y bebemos whisky, los jueves vuelvo a mi bar favorito, los viernes suelo practicar sexo con alguna noviecita, a veces también los domingos, para aplacar la melancolía, y los sábados me aburro mortalmente. Hábleme de usted.
—Dominga Lavandeira, dependienta en una tienda de zapatos, antigua camarera, para aplacarlo a usted. Los lunes escucho cantautores, los martes pop británico, los miércoles voy al gimnasio, los jueves salgo con mis amigas, los viernes dejo que el azar decida por mí y los fines de semana escucho flamenco-jazz.
—Na te debo.
—Na te pío.
—Me voy de tu vera, orvíame ya.
—Que he pagao con oro tus carnes morenas.
—No maldigas, paya, que estamos en paz.
—Canta usté muy bien.
—La vida es tediosa, Dominga. Nietzsche decía que la madre del desenfreno no es la alegría sino la ausencia de alegría. Y sin embargo yo tengo ganas de todo menos de desenfreno. Me encantaría follármela a usted y que me pidiera perdón justo al llegar al orgasmo. “Perdón, José Mauricio”. Yo la acariciaría y la besaría y dejaría mi orgasmo para más tarde. Y usted me pediría perdón por haberme pedido perdón.
—Es verdad que eso no es desenfreno.
—Ni de lejos.
—Pero cumple la misma función: aplacar momentáneamente la melancolía. Somos dos seres melancólicos, José Mauricio.
—¿Me acaba usted de besar?
—Perdón, José Mauricio.

Acerca del autor:
Rafael Blanco Vázquez

1 comentario:

Arturo dijo...

Una perfecta descripción de dos seres vacuos.