viernes, 13 de abril de 2012

IQ - Claudio G. del Castillo


El doctor Asimov miraba perplejo a su interlocutor. Se resistía a creer que el maletero del aeropuerto al que acababa de llegar tuviese un coeficiente intelectual superior al suyo.
“Pero si este hombre no debe de tener el noveno grado vencido, y yo he publicado miles de páginas que abarcan todas las ramas de la ciencia. ¡Y escribí la Saga de la Fundación, qué diantres!”
Sin embargo, en la discusión que habían sostenido referente a la propina, el otro lo había apabullado con sus respuestas agudas y unas observaciones poco menos que geniales.
“Es imposible, a menos que se trate de… un robot.”
A Asimov se le ocurrió una idea, digna de su estratosférico IQ. Por primera vez leyó el nombre de su “enemigo” en la credencial que portaba y le dijo:
–Mi estimado John, le agradecería que me acompañara hasta ese escáner de rayos X.
–¿Puedo saber para qué? –preguntó John.
–Verá, es que soy antropólogo, y querría comparar mi informe cráneo con el suyo. ¿Le han dicho que tiene un bello hueso frontal?
–Imagino que ahora sí tendré mi propina.
–Y más, mucho más. Tenga, un adelanto.
El rostro del maletero reflejaba incomodidad, pero aceptó.
Y el escáner reveló que era dueño de un cerebro positrónico de lujo. El doctor Asimov, quiero decir.

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