sábado, 17 de diciembre de 2011

La nariz - John Savage


Melina venía soñando con arreglar su nariz desde los dieciséis. Ahora, ocho años después, tirada en una cama de hospital, debía luchar contra la ansiedad, ese deseo de verse linda de una vez por todas, ese deseo que la carcomía. No aguantaba las ganas de quitarse los vendajes y correr al espejo para ver su nueva nariz.
¿Qué hubiera pasado si ella hubiera tenido una nariz bonita ya a los dieciséis? Habría tenido amigas, disfrutado de fiestas, tenido novios. Los niños del barrio no le habrían gritado cosas tan insoportables: “fea”, “Pinocha”, “perra”. No había tenido que quedarse en su casa los fines de semana, ni caminar a escondidas por la calle. Todo eso había hecho que sólo se concentrase en sus estudios. Y, a pesar de ser una excelente alumna, no se atrevió a inscribirse en la Universidad.
Ahora, con su nueva nariz, al fin podría juntarse con las otras chicas: sonreiría y coquetearía con los muchachos. Ellos sí que le prestarían atención.
Sería feliz.
Una vez, algunos años atrás, un chico guapo la había invitado a salir. Era amigo de su hermano mayor, pero Melina se rehusó a aceptar. Ella no se atrevería a exponer su enorme y curvada nariz a la vista de todos. Menos, a lado de un chico guapo, que seguramente la invitaba para reírsele delante de sus amigotes.
El único que realmente le había prestado atención a ella era Raúl. Ese Raúl que no podía parar de comer y no había hecho ejercicio en su vida; ese Raúl que caminaba como pingüino a la tienda en la esquina cada tarde para comprar alfajores y chocolates; ese Raúl que había perdido el pelo a los veinticinco. Ese Raúl que cuando sonreía parecía tener una pelota de tenis en cada mejilla. Y casi siempre sonreía, hasta cuando comía sus alfajores y chocolates.
Melina se fue incorporando de a poco en la cama del hospital. Con su nariz nueva, tendría más opciones que Raúl, y estaba lista para explorarlas.
No soportaba más el suspenso. Apoyó de uno los pies en el piso y caminó hasta el espejo. Y, cuidadosamente, se quitó los vendajes.
¡No lo podía creer!
Casi se desmaya…
…era su misma nariz de antes.
En ese momento entró Raúl, con flores y alfajores.

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