domingo, 21 de agosto de 2011

Mirando el cielo - Guillermo Rossini


En la oficina las cosas estaban tranquilas. Ya había pasado la hora de la locura y tenía tiempo para relajarse, tomar café y descansar de las corridas bancarias. Prendió la computadora y leyó rápidamente las últimas noticias: accidente aéreo, choques, nuevo ministro de Salud, horarios de los partidos del fin de semana. Un recuadro, con un mapa, indicaba en su título que era la última versión del EarthMap, un mapa virtual tomado desde los satélites que circunvalaban el planeta. Entró en el link y empezó a buscar direcciones conocidas: la casa de sus padres, su colegio secundario, el club de sus amores... Todo se veía con una nitidez asombrosa. Llevó el zoom hasta el límite y, por ejemplo, en la casa paterna pudo ver hasta las cortinas de la habitación que había sido su cuarto. Su madre las había conservado y todavía se veían allí puestas. Miró la fecha en el ángulo inferior izquierdo del mapa y era la de hacía dos meses. Se quedó pensando un momento, mirando fijo el monitor y escribió en el campo de “búsqueda” la dirección de la casa donde había vivido hacía un tiempo. Acercó la imagen. La casa no había cambiado en nada: se veía el jardín con sus árboles y flores tal cual la recordaba. Se recordó a sí mismo cortando el césped, jugando con Reina, la perra de la familia o lavando el auto en una tarde de verano. No había nostalgia. Simplemente recuerdos de otra etapa de su vida. Antes de cerrar el programa, fijó la vista en una mancha que aparecía sobre la parte delantera de la casa, en el jardín. Trató de acercar más la imagen, pero no pudo.
Después de un tiempo volvió a entrar en el mapa y a buscar su ex casa. Esa mancha le había quedado dando vueltas en la cabeza.
Ahora, la mancha tenía forma humana. Masculina. Estaba acostada en el pasto, mirando hacia arriba.

El jardín estaba impecable. Terminó de recortar las malezas con una tijera especial y estudió el resultado con el detenimiento propio de un cirujano que acaba de realizar una cirugía plástica. Satisfecho, enrolló el cable de la podadora y guardó los elementos de jardinería en la bolsa correspondiente. Su mujer apareció en el porche con un vaso de agua en una mano y una pastilla en la otra.
–Es la hora, Juan-. La mujer se acercó y le puso la píldora en la boca. Juan tragó el remedio con un largo sorbo de agua y le devolvió el vaso. Ella entró en la casa y él miró el cielo; el sol estaba muy fuerte. Caminó dos pasos y se desplomó. Apenas pudo girar sobre sí mismo y quedar mirando las nubes; un extraño sopor lo invadió. Mientras cerraba los ojos, creyó ver un destello plateado allá arriba, entre los cúmulos.
Soñó que estaba frente a un monitor de computadora, mirando un mapa de su propia casa, y se veía a sí mismo recostado en el pasto, mirando el cielo.

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