domingo, 24 de julio de 2011

Éxodo 17 - Christian Lisboa


La comunidad israelita salió del desierto de Sin, siguiendo su camino de acuerdo con las órdenes del Señor. Después acamparon en Refidim, pero no había agua para que el pueblo bebiera, así que le reclamaron a Moisés, diciéndole:
—¡Danos agua para beber!
—¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Para matarnos de sed, junto con nuestros hijos y nuestros animales?
Moisés entró en la tienda, se ajustó el traje aislante y conectó el intercomunicador del Arca de la Alianza. A través del peculiar micrófono, se quejó amargamente con el jefe:
—¿Qué voy a hacer con esta gente? ¡Un poco más y me matan a pedradas!
Después del crepitar de la estática, la respuesta no se hizo esperar:
—Pasa delante del pueblo, y hazte acompañar de algunos ancianos de Israel. Llévate también el bastón con que golpeaste el río, y ponte en marcha. Yo estaré esperándote allá en el monte Horeb, sobre la roca. Cuando la golpees con el bastón, saldrá agua de ella para que beba la gente.
Así lo hizo Moisés. Al apuntar hacia las piedras con su bastón, presionando al mismo tiempo la empuñadura, un rayo láser casi invisible, pero de alta potencia, atacó la base de roca y comenzaron a aparecer pequeñas fracturas. Un rato después, el fino haz penetraba hasta llegar a una napa subterránea. Poco a poco, un hilo de agua afloró en la pequeña grieta formada, hasta convertirse en una vertiente. Todos los integrantes de la tribu se agruparon alrededor del surtidor, a horcajadas sobre él, bebiendo directamente sobre el orificio y juntando el precioso líquido en todos los recipientes que lograron reunir. Moisés se retiró, arrastrando su pesado disparador láser, sonriendo despectivamente al escuchar a los aduladores que agradecían su intervención. Sólo murmuró en voz baja:
—¡Incrédulos!, ¿cuándo aprenderán a confiar?
Mientras, los amalecitas se dirigían a Refidim para pelear contra los israelitas.
Al enterarse de esto, Moisés le dijo a Josué:
—Escoge algunos hombres y sal a pelear contra los amalecitas. Yo estaré mañana en lo alto del monte, con el bastón de Dios en la mano.
Josué hizo lo que Moisés le ordenó, y salió a pelear contra los amalecitas. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Hur subieron a lo alto del monte. Cuando Moisés levantaba su brazo, los israelitas dominaban en la batalla; pero cuando lo bajaba, dominaban los amalecitas. La precisión de los impactos del cañón láser dejaba a decenas de enemigos fuera de combate. Como a Moisés se le cansaban los brazos debido al peso del bastón, tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentara en ella. Luego, Aarón y Hur le sostuvieron los brazos, uno de un lado y el otro del otro. De esta manera los brazos de Moisés se mantuvieron firmes hasta que el sol se puso, y Josué derrotó al ejército amalecita.
Por la noche, reunidos alrededor del fuego, Moisés y sus lugartenientes comentaban los pormenores de la batalla.
—Josué se creyó realmente que es el héroe de esta batalla.
—No se puede negar que se portó valiente.
—Pero sin nuestra ayuda y el poder del bastón, estaríamos ahora lamentando la derrota, y los cadáveres sobre el llano no serían de amalecitas, sino de los nuestros.
—Maestro— dijo Hur, —¿por qué no vendemos, o, mejor aún, arrendamos el bastón al mejor postor, cada vez que se aproxime una batalla? Podríamos hacer mucho dinero…
—No te adelantes. Eso ocurrirá en tres mil años más. Por ahora, confórmate con lo que se nos ha otorgado.
Hur no se conformó. Uno de sus descendientes vendería armas químicas a Saddam Hussein, otro de ellos negociaría tecnología nuclear con Irán.


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