martes, 19 de octubre de 2010

Hechizo - Cristina Stoppello


No sé qué hago dentro del sueño de este desconocido. Por qué camino por su mente. Él tampoco sabe quién soy, sólo que me sueña. Le digo cosas que no entiende, y lo inquieto. Yo me asombro de confesarle mis fantásticos secretos porque sólo a los elegidos está permitido revelárselos. ¿Será él uno de ellos? ¿O será mi carcelero, ya que en vano intento soltarme de su fantasía?
Voy con un gato en los brazos, envuelta en túnicas. Pequeñas hogueras flotan en ese ámbito fantasmal donde me muevo. Soy un sueño y simultáneamente una realidad incomprensible. Soy el soplo del inconsciente ajeno y de la conciencia del Todo; algo intangible que camina por senderos etéreos. Sé que poseo el conocimiento pero no puedo trasmitirlo. Sé que soy una enviada que perdió la memoria de su misión. Él sí sabe cuál es, y en sus vasijas de colores ubica cada idea en un receptáculo diferente.
¿Dónde me lleva este hombre? ¿Acaso camina despierto conmigo dormida en la mochila de sus sueños?
Mi gato se acurruca en mi seno como si no quisiera advertir el peligro, lo siento vibrar con el pelambre erizado. Los andenes por donde ahora marchamos están habitados por felinos de todos los tamaños y colores. Bellos ejemplares de pelo lustroso donde destella un verdor que parece de otro mundo, del mundo del soñante. Él se mueve bien en estas perspectivas de rieles solitarios y luces lejanas, hay entradas de luz o salidas definitivas, sin retornos. Tal vez sean túneles de despedida, aquellos donde las almas deben llegar si quieren desprenderse de este mundo. Es el transbordo, la hora de dejar la resaca en la tierra y tomar el tren a las alturas, libre de equipaje; sin cuerpo ni halagos, sin mezquindades. Espíritu puro.
De pronto los descubro tras las brumas de la estación, en el falso humo de locomotoras que ya no existen, echando volutas de ayer entre sepias neblinosos con oscuras vestimentas del pasado; y aún así, procurando brillar en flashes de una época extinta. De este modo pulula la cohorte de fantasmas. Hay rasgos etéreos que me llevan al ensamble de historias: los ojos de mirada oscura, la tristeza, algo de partir sin saber dónde arribar, el desencanto de no haber logrado lo pretendido. Se sientan en los bancos de los andenes vacíos, esperan un tren que ya pasó, circulan entre la nada, aspiran un aire que ya no les pertenece, se asombran de un presente dentro del cual no tienen cabida, ni comprenden.
El gato, espantado, salta de mis brazos dejando trazas carmesí sobre mi piel. Se junta con sus congéneres. Quién mejor que ellos para detectar los mudos chillidos de los muertos. Ese aferrarse a la memoria de los vivos para continuar experimentando algún sentimiento, retener los espejismos, creer que todo continúa y esperanzarse en que aún tienen otra chance. Chance de cambiar el pasado, de modificar la historia, de cumplir lo incumplido, de torcer los rumbos erróneos.
El desconocido me toma de la cintura, me habla al oído, siento que desde la planta de los pies me sube el deseo, uno que no corresponde a los sueños sino a la realidad más palmaria. Manos y piel, brazos y espalda, piernas y caderas, lubricidad que se difunde, olas de placer estallando en el murallón de mi enajenamiento. Maravillosa conmoción que me hace soñar dentro del sueño.
Pero ellos… Ellos nos observan desde las cuencas vacías, se recrean maquiavélicamente con mi goce; las caras difusas esbozan sonrisas torvas. Siento miedo, y ese miedo multiplica la fruición, acelera el ritmo de las embestidas a las que soy sometida, cada vez más profundas, más exaltadas. Quiero huir y más me aprieto al hombre, que de pronto me entrega. Son ellos ahora quienes me disfrutan, uno a uno. Noto las variantes, el erotismo, la lascivia, la ferocidad, el castigo. Ir y venir que no cesa, royéndome, lacerándome. Mordeduras, arañazos, a todo soy sojuzgada. Me roban entre alaridos, gruñidos y jadeos. Soy su objeto, la mártir que entregó el desconocido para tener acceso a las tinieblas, el pago estipulado. Así moriré, vejada, herida, desmembrada en una solitaria estación de trenes.
Los gatos me observan, me lamen, son quienes velan mi muerte. Como guardianes, impedirán que otros se acerquen; cuidan su alimento. Aguzan sus dientes, afilan las uñas de sus zarpas, en las pupilas cortantes hay un fulgor extraordinario. Pasean ronroneantes palpando mis flancos. Olfatean y…
Me siento en la cama de un salto. No sé qué soñé para estar tan agitada, llena de sudor y de arañazos. No hay una porción de mi cuerpo que no duela. Tomo un sorbo de agua, apoyo mi cabeza en la almohada, lentamente recobro la serenidad, se apacigua mi respiración, la conciencia se torna borrosa… Voy con un gato en los brazos, envuelta en túnicas…

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