jueves, 17 de junio de 2010

Cero Siete Dos Tres Cinco - Camilo Fernández


Ingrese esta mañana a Tribunales con el cosquilleo y compresión abdominal de quien no está habituado a visitar el recinto. La audiencia estaba programada para las 12:00 Llegué con tiempo suficiente como para relajarme y esperar mi turno.
Diez minutos después de la hora fijada, el abogado me avisó que existía una ligera demora. Los minutos pasaron y los amarillentos pasillos fueron espejándose como un pueblo moribundo.
Sólo y aburrido, comencé a vagar por los pasillos leyendo cada cartel, indicación o reseña histórica sobre el edificio.
Mientras recorría uno de los ingresos del edificio, un extraño armario captó mi atención. Despintado y maltrecho, ofrecía una impresión de estar fuera de lugar. Me acerqué mueble y un instante antes de tocarlo, noté que era de hierro; no era un armario sino a una vetusta caja fuerte.
No pude evitar preguntarme qué demonios hacía una caja fuerte en medio del hall central de Tribunales. No se veía como un adorno, ni parecía estar siendo trasladada. No tuve dudas que llevaba largo tiempo en el mismo lugar.
Intrigado, caminé a con pasos largos hasta otro de los ingresos del repartición. Nada. Ningún elemento ni remotamente parecido. Los ingresos estaban libres, sin muebles ni adornos. Al límite de la obsesión, casi corrí hasta cubrir los cuatro ingresos, pero no encontré nada como la singular caja fuerte.
Volví a pararme frente a ella y me dejé llevar por el impulso de girar la manija. Cerrada. Miré la cerradura y noté que no era la original. No podía tener más de tres o cuatro años. Continué revisando el bloque de hierro que tenía al frente, buscando algo que me indique el origen o el contenido. En el extremo superior encontré cinco dígitos: Cero, Siete, Dos, Tres y Cinco. La escritura era a mano, con lo que parecía un crayón de color blanco.
Intrigado y con exceso de tiempo muerto, tomé el teléfono y abrí el navegador. Ofertas, discos y códigos postales se amontonaron en el buscador tras ingresar los números escritos en el frente de la Caja. Seguí avanzando página tras página, hasta que un link captó mi atención. Poder Judicial de la Nación. Los números coincidían exactamente con el expediente de la explosión en la Fábrica Militar de Aviones; incidente en el que quince personas habían muerto. Recordé que parte del expediente se había extraviado hacía más de dos años por lo que el proceso estaba estancado. Noticia.
Con una sonrisa en los labios volví a mirar el armatoste, imaginando toda clase de papeles comprometedores, declaraciones fundamentales y pruebas esclarecedoras. Justicia en celulosa, encerrada, maniatada.
Sabía que estaba tras una pista imposible, pero aún así borré la búsqueda en el teléfono y corrí una nueva pesquisa: “07235+Tribunales+Córdoba”. En menos de un instante, el aparato me devolvió sólo un resultado. Me pareció increíble, por lo que revisé el texto en busca de errores de tipeo. No los había. El solitario link remitía a una página con extensión “.cz”; República Checa. ¿Cómo podía relacionarse un caso de lo que se creía era una mafia de las Fuerzas Armadas con República Checa? Imposible. Accedí a la página, preparado para encontrarme con cualquier tipo de locura, pero en cambio sólo obtuve un “Procesando información, Aguarde un momento”. En español. Algo estaba mal.
La pantalla mostraba el avance del proceso. Faltaban sesenta segundos para completar la operación. Traté de imaginar a qué base de datos estaba accediendo. Sólo esperaba un texto plano con alguna disparatada teoría sobre con el caso. Cincuenta segundos. Me sentía hipnotizado por el contador. Cuarenta segundos. Barrí los pasillos con la mirada, como quien pretende ocultar un terrible secreto. Treinta segundos. Me senté en un banco junto a la caja fuerte buscando señales de mi abogado, esperando que me devolviera a la realidad. Veinte segundos. Mi corazón aceleró y pude sentir el cosquilleo propio del descubridor. Diez segundos. Algo me decía que no era broma lo que encontraría. El contador llegó a cero y el teléfono sonó.
Mi corazón bombeó varias veces de manera inconexa hasta que un repentino acceso de tos lo corrigió. Continuó sonando mientras mi pulgar temblaba sobre la tecla verde. Atendí, esperando escuchar al abogado reclamándome desde alguna oscura oficina, pero lo que escuché detrás de una cortina de disco de pasta fue mucho más aterrador.
—Amigo... —El solo arrastre lento de la “i”, me fue suficiente para saber que la cosa venía mal—. ¿Sabe cuál es la mejor manera de esconder algo? —Por algunos segundos intenté inútilmente articular alguna palabra—. La mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista, amigo. —Sólo me recuerdo tartamudeando, tratando de contestar mientras calculaba cómo habían conseguido mi número. Sin perder la paciencia, la voz al otro lado de la línea agregó—: No se altere. Dos caballeros lo alcanzarán en un instante. Acompáñelos.

1 comentario:

Javier López dijo...

Toda una novelita de misterio-espionaje en pocas líneas. Intrigante y bien lograda.
Quedo a la espera de nuevas entregas de Camilo.