sábado, 14 de noviembre de 2009

Murmullos de Juan Rulfo - Mónica Sánchez Escuer



A mi padre, admirador de Rulfo, en el cumpleaños de ambos

Dicen que no nació donde nació, que a él le gustaba esconderse en sus historias. Sí, dicen que Juan Rulfo era una aparición de Juan Rulfo, por eso se inventaba biografías. Otros aseguran que no, que era una ánima en las calles de Comala que le dio por escribir el aliento de los muertos. Y de los vivos que aún no saben que están muertos. Y de todos los ruidos del dolor y de las ganas en el tallar de los cuerpos. Dicen que miraba mucho el cielo y que ahí encontraba las figuras de sus difuntos, que se quedaba horas sentado en una piedra escuchando los chillidos del aire entre las rocas. Dicen que era callado, que sólo entre silencios y murmullos se movía, pero otros dicen que no es cierto, que colgaba frases lapidarias por todas partes, como quien sabe de los rumores de las sombras y los reparte entre la gente.
Dicen que escribía con la tierra entre los dedos, arañando los huesos enterrados, siguiendo las huellas del sol sobre los muros. Lo cierto es que sus historias nos abren el tacto de la mirada, la vista del oído, nos meten el paisaje seco entre los huesos, nos arrastran por la tierra, nos muestran, así como si nada, en una puerta, en el filo de una arruga, el perverso rencor del tiempo.
Hay quienes dicen que Rulfo era de esos escritores que ni en sueños uno puede seguirles el rastro, que su voz se nos queda pegada, pera nadie es capaz de pronunciarla.
Algunos aseguran que Pedro Páramo le quebró los dedos, que el sol de Comala le quemó las letras. Pero la verdad es que él seguía escribiendo, hablando con sus fantasmas, viviendo con los ojos y el tacto y la garganta a la altura de su cielo. Y retrataba los chorros de luz sobre una piedra, los tejidos de un tronco, la sonoridad de una tumba. Dicen que le gustaba mirar de cerquita la edad de los muros, la piel delgada de una hoja, la rugosa superficie de un gesto. Hay quienes aseguran que murió hace casi veinte años, pero algunos juran que a Rulfo se le ve en ese andar a tientas por el aire, en nuestro esquivo caminar por la penumbra entre alegres calacas de azúcar y amaranto. Porque los muertos regresan para decirnos que aquí no pasa nada, que aquí no vive nadie, que todos somos espectros, apariciones de un tal Juan Rulfo.

Tomado de: http://monicaescuer.blogspot.com/

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