martes, 24 de noviembre de 2009

Medium 7 - Leandro Javier Oyola


¿Acaso hay dos o tres vidas? ¿Acaso hay una? Sabíamos que no teníamos tanto tiempo.

¿Por qué íbamos a perder nuestros únicos instantes para siempre? ¿Por qué íbamos a regalar nuestro tiempo que se iba tan rápido como el viento arremolinado por designios, mandatos y costumbres? ¿Por qué íbamos a contribuir a que los que querían cambiar nuestra forma de ser, los muertos, la pasaran bien?

Por eso, en ningún momento deseamos ser agradables, simpáticos y condescendientes. En ningún momento esperamos la sonrisa de alguien que nos aprobara. Nosotros éramos nosotros. Por eso preferíamos ser juzgados, condenados y ser la prueba misma delante de sus ojos de que todo esto nunca iba a andar bien. Nunca iba a andar bien, pero no para nosotros, sino para ellos, los muertos.

Afuera, nuestro río está en paz. Su dulzura danza hacia el interminable colapso contra el mar. Algunos bichos feos se dedican a volar y enuncian su sonora frase desde la altura enramada.
Se nota que nada les importa. Igual que a nosotros, que volamos sin alas en un presente interminable.

Algunos de los que piensan distinto, los muertos, hacen un poco de caminata con esos buzos coloridos, otros con los auriculares engarzados como joyas en sus orejas parecen sonámbulos sonrientes. La mayoría acompañados por sus perros. Ni siquiera sabemos de qué raza son, pero se nota que están muy bien alimentados y que no son de la calle. Nos miran y nos olfatean con ganas de mordernos. Nosotros también queremos morderlos porque volamos y cantamos como los pájaros, pero también somos perros enfermos de rabia, contra ellos, los muertos.

Mientras, los caminantes pasan y nosotros los observamos tirados en el césped. Disfrutamos de la costanera y de la sombra de la media mañana. El sol se filtra en tiritas de luz entre las ramas y las hojas de los sauces llorones, el frío cede bajo nuestros abrigos.

El Oculto abrió su riñonera y sacó una agujita que daba lástima por lo chiquita que era. Nos íbamos a quedar todos con hambre pensé, pero al caballo regalado nunca ha de mirársele los dientes. Ya estaría todo mejor por un rato. El viento estaba perfecto y todo se puso bien en cuestión de minutos. El punto de vista estaba por las nubes que se deshacían a lo lejos. Nuestras cabezas estaban abiertas, a la par del vértigo de la existencia y tocaban, aunque sea con la punta del dedo índice la experiencia del ser y la sintaxis de dios.

Todo lo bueno pasa. Y no hay excepciones. La ley de gravedad es fatal.

Al rato, otra vez estábamos en la tierra, caminando por la costanera, pateando piedras, esquivando nenes en bici con rueditas, cagadas de perros, y muertos.

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