domingo, 11 de octubre de 2009

Travesti – Héctor Ranea


Notamos que algo andaba bastante mal ni bien bajamos del tren. Yo esperaba que mi mujer volviera de comprar agua, pues teníamos sed, cuando vi a ese hombrón vestido de mujer, con peluca de muñeco de plástico desarmable, pelos por todos lados, piernas, sobacos, barba de dos días, anteojos modelo 1958 y falda transparente con visillo.
Eso no fue nada.
La máquina que expendía el agua, según comentó azorada mi mujer, comenzó a pasar un tango, cosa que en medio del Friuli era a todas luces una descomunal falta de criterio. Mientras esto me contaba, el perro lazarillo empezó a bailar el tango con su dueño, con tacos altos y todo y la moneda fue devuelta, claro, pero sin habernos dado el agua.
Si todo hubiera terminado ahí vaya y pase, pero no; era evidente que los graznidos de cuervo provenían de unos pájaros iguales a palomas desde lejos y que el guarda del tren regalaba a los niños globos inflados dándole forma de perros y salamines.
Nos fuimos del pueblo en el primer tren que partía hacia nuestro destino y nos llevamos una congoja con nosotros que sólo se resolvió cuando vimos la ciudad desde lo alto, entendiendo que habíamos sido abducidos por un globo aerostático travestido. Por cierto, teníamos mucha, mucha sed. Eso sí, nos devolvieron el importe del pasaje y llegamos antes de lo previsto.

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