viernes, 9 de octubre de 2009

Miedo - Jorge Ariel Madrazo


Era el fin. La hora cúspide de la semana más cruel de su vida.
Fulminado por el virus desconocido.
Tras horadarlo como vitriolo, la fiebre era reina y señora de sus facultades. Los temblores agitaban el cuerpito consumido, empapado en sus miasmas. Por ruego suyo lo rodeaban sus últimas amantes: Eulalia le administraba esos tecitos de arándano, Silvia le ponía las ventosas del doctor Fucus, Lucía corría con la parte más complicada: hacerle ingerir, por un embudo, la pizza a la calabresa pasada por un rayador. Ah, y el anís Chinchón, infaltable. De a cucharadas, claro.
Temblaba como un pollito, gritaba de miedo. Oprimía las mano de alguna de sus bellas cuando la Implacable se agigantaba llenando de sombras la habitación. La ronda de esqueletos danzaba en la pared, Una Forma Blanca lo espiaba desde los pies de la cama: “Basta de farra, andá abriendo la boca que debo extraerte el alma”.
Todo muy bizarro, ya se ve.
Lo más terrible no fue nada de eso. Lo terrible fue cuando el amigo, el pánfilo de la barra, interrumpió su agonía con la peor noticia imaginable:
—Perdoná, Negro, pero llegó la factura del gas.

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