miércoles, 23 de septiembre de 2009

Se prenden las luces y se ven las caras - Saurio



Demasiado dramatismo quizás en tu entrada con un silencio extremo sólo perturbado por el repiquetear de tus tacos sobre un piso de maderas flojas, como requisito de un mediocre guión, entrecortada respirando desencajes faciales, sudando iras arcanas entre bisagras crujientes con hambre de untuoso aceite y yo, nadando entre el lugar común y el asco, en un dormir despierto, con el oído avizor que el desvelo cría, percibiendo tu demasiado mal actuada entrada revólver en mano dispuesta a matarme, por razones que sólo vos o ni siquiera vos conocés o sabés o comprendés, quizás todo sea un malentendido, una confusión como la que una vez nos llevó a posiciones que en otras circunstancias nos hubieran parecido impropias o precipitadas o ni siquiera dignas de ser tomadas en cuenta, pero es que hay vectores que llevan a las cosas a moverse y a estar en determinado sitio en un mismo instante de tiempo para conservar la perfecta armonía geométrica del universo y entonces los torbellinos y las acciones de las cuales nos arrepentiríamos si tuviésemos algo de conciencia, y sin embargo aquí estás, esperando a que despierte porque una vez dije o te dije o creí decir “Mi destino es morir luego de desayunar, inmediatamente después” y vos, que no sos ninguna traidora, esperás, con demasiado dramatismo, cumpliendo paso a paso la mediocridad de un guión que reclama silencio y tacos resonando en un xilófono piso, con vengativa intención de ocultos propósitos, respirando entrecortada desencajes faciales, con una sobreactuación digna del mayor de los escarnios que te lleva a recordar o intuir o suponer que en alguna ocasión dije o te dije o creí decir que decir “Mi destino es morir luego de desayunar, inmediatamente después” y vos, guiada quién sabe si por un código moral o sentido de la justicia o inseguridad o cobardía o ni siquiera eso, no aprovechás la indefensión de mi sueño para cumplir tu propósito y acabar con mi vida y ejecutar tu venganza o cumplir tu misión o cobrarte daños, perjuicios, obras, palabras y omisiones, como la que realmente cometí, porque cierta vez te prometí o creí prometerte o pensé en prometerte escribirte un poema y si no lo hice no fue porque no quisiera sino por la imposibilidad del estómago a soportar poemas de amor o pena o ira o alegre gozo o cualquier otro sentimiento sublime o meridiano pues yo no puedo por más que quiera o desee o me esfuerce en perpetrar una obscena exposición de las partes pudendas de mi alma o psiquis o ego o voluntad o aura o energía vital, como si esto, además, fuese causa o razón o motivo o móvil de tu furia y tu deseo asesino, aunque pocas cosas en el universo tienen una real y verdadera y auténtica y razonable explicación, y entonces demasiado dramatismo en tu espera de mi postergado despertar porque no pienso hacerlo, ni en lo inmediato ni en el largo plazo, sólo observar con el ojo ciego que todo lo mira tus ampulosos gestos y un rostro desdibujando sus rasgos tras borrones de sanguinaria furia como requisito de un guión mediocre para señalar tu arrebatador deseo de venganza por un crimen que no cometí o que creí no hacerlo o que no consideré como tal, porque lo nuestro no fue más que un sofisticado modo de eliminar los súcubos e íncubos que se retorcían prisioneros entre nuestras piernas, una forma elegante de llamar a la lujuria o a la lascivia o la calentura o a la rijosidad o a la fatal atracción que nos lleva a vender nuestras almas por un trozo de carne o un agujero en la misma, y entonces no tiene sentido que vos esperes a que yo abandone mi letargo porque sabés o recordás o intuís o adivinás que alguna vez afirmé o deseé o supuse o enuncié que mi destino era morir inmediatamente luego de desayunar cumpliendo tu barato código de honor de ridícula película de espías o de guerra o policial de conceder un último deseo al condenado o quizás por la ególatra satisfacción de lograr que yo sepa que sos vos y no otra que me mata, como si eso contase o importase o sirviese de algo, en un estático cuadro de pasiones que se prolonga por siglos o décadas lustros años meses días horas minutos segundos, en una sucesión temporal que es demasiado corta para llamarla eternidad pero demasiado larga como para hacerlo de otra manera y entonces sin demasiado dramatismo en tu caída, con un silencio extremo sólo perturbado por el golpear de tu apergaminado cuerpo muerto sobre un piso de flojas maderas, seco de hambre el envase de un encendido arrebato de odio o furia o ira o amor o encono hacia mí, momificada faz desencajada, huesuda mano que aún en tan irreversible estado no suelta el arma homicida, y entonces sí, como consecuencia lógica de la cursileria y la obviedad de este guión mediocre, despierto y con demasiado dramatismo en mi avance hacia la cocina donde entre oscuras infusiones y enmantecados panes escribo o proclamo o pienso o supongo que escribo o proclamo o pienso ésta mi última memoria, pues en cuanto se acaben los cafés y las tostadas moriré tal como es mi destino o mi deseo o mi presunción o mi voluntad o mi única razón de estar vivo.

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