domingo, 19 de julio de 2009

Repetición. Diferencia – Francisco Costantini


Año 1850.

El detective tiene una revelación: por fin sabe quién es el asesino y, lo peor, también quién la próxima víctima. Dejando las puertas abiertas de la oficina sale y agarra un caballo cualquiera. Hace mucho que no monta, pero la situación amerita el esfuerzo de no ser transportado en un carruaje elegante. Varios kilómetros lo separan de aquella casita en medio de la nada. Nubes negras han tapado la luna y comienzan a rugir. La lluvia cae sobre su integridad cuando por fin consigue ver una luz a lo lejos. Salta del caballo sin importarle demasiado qué sucede con sus botas, que se hunden en los charcos barrosos. Llama a la puerta. Nadie contesta. Sin pensarlo dos veces, toma distancia y hace saltar la cerradura con una patada certera, estudiada. Sillas caídas, papeles por el piso, vasos y platos rotos: es todo lo que ve. Avanza con pasos suaves, ahora. Su respiración se entrecorta. La garganta hecha un nudo imposible. Respira profundamente antes de abrir la puerta frente a la que se ha detenido. Cierra los ojos y gira el picaporte. Cae de rodillas cuando ve a su mujer descuartizada sobre la cama matrimonial.

Año 2000.

El detective tiene una revelación: ha descubierto al asesino y, también, a la próxima víctima. Las manos le tiemblan. Aun así consigue extraer de su campera el teléfono celular. Aprieta un par de botones y se lleva el aparato al oído. Espera, mordiéndose los labios. Por fin su mujer contesta. El detective le dice que cierre todo y no deje entrar a nadie a la casa, especialmente a X. Sin embargo, se entera, X ya está ahí. El detective trata de advertirle a su mujer que X es el asesino que está buscando, pero no consigue terminar la frase: el alarido desgarrador del otro lado del teléfono se lo impide. Tira el celular y sale de su oficina. Afuera llueve con furia. Se sube al auto y, aunque conduzca tan rápido como jamás lo ha hecho en su vida, sabe que llegará demasiado tarde a su hogar.

Año 2150.

El detective por fin sabe quién es el asesino y, también, quién la víctima. Sin perder tiempo, se introduce en el teletransportador, presiona las coordenadas adecuadas en el teclado y, en un par de segundos, está en un aparato similar situado en el living de su casa. Su mujer se sorprende gratamente de verlo. Él ni siquiera la saluda, pues ha visto al joven que se aproxima por detrás de ella con una cuchilla en la mano: su propio hijo. El detective echa a un lado a la mujer, agarra una silla por el respaldo y, antes de que pueda reaccionar, la destroza en la cabeza del adolescente, que se desploma en el piso. La esposa quiere explicaciones, pero le basta ver el arma junto al cuerpo inmóvil de su hijo para comprender. Los ojos del detective y la mujer se intersectan, cargados de lágrimas. Luego, ambos se funden en un abrazo que busca aquello que las palabras no pueden ni podrán jamás explicar.

1 comentario:

Netomancia dijo...

Excelente, utilizando las épocas no solo como escenario, sino como obsctáculos para salvar a la mujer. Muy bueno!