domingo, 5 de julio de 2009

El poder de la mandrágora – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Para Mandrake fue algo imposible de superar. Es cierto que su fuerte era el ilusionismo y que con la capacidad hipnótica efectiva que poseía era capaz de neutralizar a los peores criminales y malhechores, pero eso no se verificaba sobre sí mismo. Por eso, cuando se enteró que su nombre era el de una planta fanerógama de la familia de las solanáceas que habitualmente ha sido usada en rituales mágicos, entró en un estado depresivo incomparable. Se pasaba todo el día pensando en las bifurcaciones de las raíces, que tienen cierto parecido a una figura humana y las sinuosidades y rizos le evocaban el llanto de un bebé… o de un felino hogareño. Porque hay ciertos momentos en que los gatos imitan a los bebés humanos, en especial cuando quieren resucitarnos de los sueños o pesadillas en las que nos sumen nuestros placeres ocultos. Y la mandrágora hace eso todo el tiempo. Mandrake estaba desolado… más que cuando Narda se fue con Lothar.

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