viernes, 10 de julio de 2009

Condiciones climatológicas - Alejandro Ramírez Giraldo


Sólo quien vive en el trópico pueden entender que es posible que llueva en cualquier momento del día. En un día soleado y despejado, sin previo aviso y sin necesidad de un fenómeno meteorológico importante, se viene un aguacero de grandes magnitudes.
Yo, por ejemplo, creí durante mucho tiempo que vivía en la ciudad más lluviosa del mundo. Siempre estaba lloviendo en el sector donde vivía, estudiaba, trabajaba o simplemente me divertía. No era raro que pudiera mirar desde la terraza del lugar donde estuviera que en el resto de la ciudad no llovía y que incluso hacía un calor canicular. Pero nunca me atreví a pensar en cosas extrañas porque no soy un hombre propenso a ideas esotéricas.
Mas con el paso del tiempo empecé a percatarme de mi extraña realidad. Y no sólo yo, también las personas de mi círculo: siempre llovía donde yo estaba. Sumamente extraño, sí, pero esa idea la despojé de todo manto de superstición.
Aunque era posible observar una enorme nube siguiéndome por toda la ciudad: estuviera en la casa, en el trabajo, en la universidad o simplemente tomándome unas copas con algunos amigos. Y debido a eso mi closet se llenó de chaquetas, bufandas, guantes y paraguas.
Poco a poco la situación se complicó. Aunque ya me había acostumbrado a la lluvia no dejaba de estar constipado la mayor parte del tiempo. Además una recurrente neumonía comenzaba a complicarme la existencia. Pero todo eso era soportable con relación a lo que luego sucedió: la nube empezó a encogerse lentamente hasta convertirse en una minúscula mancha gris en el cielo. ¡Gracias a Dios!, grité, se acabó esa extraña persecución. Qué tonto fui, no era más que el principio de otra persecución más despiadada: esa minúscula mancha gris empezó a asolarme a mí sólo... siguiéndome sin sosiego adonde quiera que fuera... mojándome sin compasión... haciéndome llevar siempre ropa de invierno y el paraguas abierto... y obligándome a la ridícula situación de tener que esperar en una acera el cambio de luz del semáforo, sosteniendo el infaltable paraguas y tiritando de frío, mientras a mi alrededor (¡a sólo unos centímetros de mí!) la gente lucía ropa de verano y me miraba con suspicacia como a un apestado fugitivo.
Además a esa minúscula mancha gris últimamente le ha dado por ensayar con las tormentas eléctricas.
Tomado de: http://cuentominicuento.blogspot.com/

Sobre el autor: Alejandro Ramírez Giraldo

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