sábado, 31 de enero de 2009

Combustión mística - José Vicente Ortuño


La Biblia ardió en sus manos sin motivo aparente. La tiró al suelo y la pisoteó hasta apagarla. La escasa clientela se apartó de aquel monstruo que había osado prender fuego una Biblia. Seguro de que no quedaban brasas que prendiesen de nuevo, se marchó a toda prisa de la librería. Desde la calle oyó al dependiente interpelándole con una florida retahíla de exabruptos y amenazas. 
Corrió hasta agotarse. Se sentó en un pequeño parque de algún barrio de los arrabales de la ciudad. Estaba aterrado, pero intentó poner algo de cordura en aquel extraño día.

Tras una noche de horribles pesadillas se había despertado con una extraña sensación. Era desconcertante para una mente racional como la suya, que jamás había dudado de sus convicciones, sin embargo, aquella mañana lo embargaba un sentimiento de misticismo religioso. Siendo un ateo confeso aquello resultaba más que extraño. Pensó que quizás tenía algún trastorno psicológico, depresión o tal vez algo peor. No se le ocurría otro motivo para que de la noche a la mañana sintiese necesidad de “creer”. 
Tras tomarse un café bien cargado y una ducha fría se convenció de que no soñaba, sin embargo, seguía sintiendo esa “necesidad”. 
Rebuscó por su casa. No tenía Biblia, ni Corán, ni nada relacionado con la religión, como un crucifijo o un rosario. 
Salió en busca de una librería. Tuvo que buscar en varias hasta encontrar una que tuviese Biblias. Sintió un gran alivio cuando se paró frente a una estantería en la que había varios ejemplares. Tomó uno, dispuesto a leerlo allí mismo si era necesario, para intentar satisfacer su necesidad de fe. Entonces fue cuando la Biblia comenzó a arder. 
¿Qué había sucedido? Él no había hecho nada. ¿O tal vez sí? ¿Y si estuviese maldito a causa de su ateísmo recalcitrante? Recordó que en las películas lo vampiros ardían si se les tocaba con un objeto sagrado, pero en su caso sucedía al contrario. Tenía que comprobarlo tocando algún otro símbolo religioso.

Dejó el parque y anduvo por las calles de aquel barrio desconocido. Desorientado preguntó a una anciana y esta le indicó dónde podía encontrar una iglesia. 
No era gran cosa como templo, pero supuso que serviría a sus propósitos. Cuando entró un escalofrío recorrió su espina dorsal. ¿En el interior hacía frío o era otra cosa? Y ese olor mareante… Reprimió las nauseas que le producía el aroma de incienso y cera derretida. 
Parpadeó hasta acostumbrar la vista a la penumbra. A aquella hora de la mañana sólo había cuatro ancianas vestidas de negro, sentadas en actitud orante, pero cada cual lejos de las demás. Junto a la puerta había una pequeña pileta con agua. Eso debe ser el agua bendita, pensó, quizás si la tocara… 
Introdujo un dedo en el líquido, que dio un fogonazo y se evaporó. Se echó atrás instintivamente y miró, asustado, a su alrededor. Nadie había visto lo sucedido. 
Un sacerdote salió por una puerta y se dirigió al confesionario, quizás podría ayudarle. Se apresuró para llegar a él antes que las beatas. 
Como había visto en una película se arrodilló frente a la celosía lateral.
—¡Padre! —dijo—. Verá yo soy ateo… o lo era. No sé qué hacer…
—Hijo mío, se dice: “Ave María Purísima” —explicó el cura—. Y yo respondo: “Sin pecado concebida”.
—¡Tengo un problema —ignoró la explicación del sacerdote—, necesito ayuda!
—Tranquilo hijo mío, el Señor ama a las ovejas descarriadas que vuelven al redil.
—No sé nada de ovejas…
Se interrumpió. De pronto había visto, como en un fogonazo en su mente, los perversos pensamientos que ocultaba el sacerdote. Se levantó asqueado por aquel pederasta hipócrita, apartó la cortina del confesionario y le tocó en la frente. Dio media vuelta y se dirigió a la salida, dejando atrás al cura aullando en llamas en el interior del confesionario. 
Al pasar frente a la imagen de un santo lo rozó con los dedos y también comenzó a arder. Ya comprendía lo sucedido. Dios existía, en eso había estado siempre equivocado. Tras crear al hombre se marchó, dejando a la humanidad a su libre albedrío. Ahora había regresado y, viendo que Su Obra se había torcido, lo había elegido a él para hacer limpieza y enderezarla. 
Ya sabía lo que debía hacer y le gustaba. Supuso que Dios le proveería de medios para llegar al Vaticano, a la Meca y a… bueno, de momento tomaría un taxi hasta el aeropuerto, luego Dios proveería.

5 comentarios:

María del Pilar dijo...

Muy bueno, me gustó.

Olga A. de Linares dijo...

Uy, qué trabajo va a tener este hombre! El cuento, ¡buenísimo!

Ogui dijo...

Muy bueno José Vicente! Eso sí... como todos los conversos será complicado...

Florieclipse dijo...

Cuando llegue a México tendrá que trabajar horas extras. Me re-en-can-tó.

pato dijo...

Uh! No va a poder parar el incendio del mundo entero...
Excelente, José!