martes, 23 de diciembre de 2008

El Cuarto Rey Mago entregó su regalo y desapareció - Juan Yanes



Al maestro Jim Dodge, 
al poeta John Seasons 
y a George Gastin, por ser buena gente

I
Después del interminable viaje en automóvil, llegué al sitio convenido y abrí la puerta. Frente a mí, no había ningún pasillo, ningún laberinto, ninguna ensoñación fluorescente, sólo una amplia estancia de forma cuadrangular perfecta, cerrada por una bóveda toral. Todo estaba inundado de luz. Una luz cegadora que empalagaba el aire y se movía, envolvente, por las paredes de cal y las cornisas. Una luz que hería los ojos. Busqué, pero no encontré nada. Al intentar salir me franqueó la entrada un fotógrafo ciego con su cámara de luz cegadora. Márchese antes de que lo trague la luz, dijo, lo que busca está en lo oscuro.

II
Cuando volví a entrar en la habitación ya no estaba el fotógrafo ciego con su cámara de luz, sino que había un desorden infinito de objetos evanescentes de apariencia extraña que flotaban. Algunos se movían torpemente, otros permanecían ingrávidos, suspendidos, mirándome aturdidos. En un primer momento pensé en los volátiles de Fra Angelico, pero no. ¿Objetos que miran, me dije, dónde estoy? Todo estaba tirado por el suelo en una confusión absoluta. Entonces le pregunté al tipo de barba blanca que estaba sentado, absorto, frente a una pantalla de plasma, si sabía cuál era el regalo. No me respondió. Deduje que estaba intentando poner orden en el caos, un trabajo, por demás, devastador. Cerré la puerta y lo dejé creando mundos.

III
Abrí la puerta por tercera vez. Había desaparecido la habitación y en su lugar se había instalado un precipicio. Metí la mano en el abismo. Tenía que seguir buscando. El abismo era una noche atravesada por gritos, sin puertas. Pero cuando mi mano llegó al fondo pude notar, por el tacto, que había pequeñas bolas de vidrio, montañas de monedas de oro y vasos de cristal de Murano que tintineaban. Todo estaba en reposo. Dejaron de oírse los gritos y empezó a sonar el hilo de una melodía lejana. Acerqué más la mano al sitio por donde salía el hilo de la melodía y se convirtió, poco a poco, en palabras. Alguien repetía las mismas palabras: “¡Busca, busca! —decía la voz como un susurro que serpenteaba—, ¡busca al Cuarto Rey Mago que entregó su regalo y desapareció!”.

Publicado en: http://mquinadecoserpalabras.blogspot.com/

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