sábado, 30 de agosto de 2008

Una elección delicada - Claudio Amodeo


Tomé al pequeño peón en mis manos temblorosas y lo llevé a la octava casilla con impaciencia.
—¡Dama! —dije y busqué con la vista entre las piezas que mi oponente había capturado.
El Gran Maestro alzó las cejas, sorprendido, y me clavó la mirada.
—¿Dama? —preguntó conmovido.
—¡Sí! —afirmé con apremio y estiré una mano hacia la pieza deseada, del otro lado de la mesa.
El Gran Maestro pareció vibrar y me aferró la mano con una diestra poderosa. Me miró a los ojos y un brillo traicionero asomó en los suyos.
—Lo presentí todo el tiempo, pero no me he animado a arriesgar... Hasta ahora.
—¿De qué habla? —el poderoso ajedrecista no me soltaba y el contacto con su mano empezaba a incomodarme.
—El peón que se transforma en dama, mi amigo. Está claro. No necesito más datos para darme cuenta de que usted es de los míos.
Su mirada se clavó en mis labios y comencé a transpirar.
—No sé a qué se refiere. Sólo quiero mi dama.
—¡Cómo que no! Usted lo sabe. Está allí, asomando en la superficie de su mente, emergiendo. Siempre lo supo, pero no se animaba a aceptar la verdad. Vivía ocultando sus verdaderos sentimientos, sus verdaderas pasiones y apetencias carnales.
—¡No! ¡No! —gemí.
—Ya no lo resista. ¡Acéptelo! Esta es su elección. Usted quiere transformar ese pequeño y calvo peón que tanto ha sufrido en una espléndida y atractiva dama. ¡Vamos! ¡Dígamelo! ¡Deseo oírlo!
—¡No, no! ¡No quiero! —aullé asustado—. ¡Deme una torre! ¡No quiero su maldita dama!
El Gran Maestro pareció decepcionado. Suspiró y retornó sus ojos vacíos al tablero inmóvil.
—Está bien. Es su elección. Usted se lo pierde, amigo.
Colocó una potente y varonil torre en lugar del peón, y realizó su propia jugada en el más absoluto de los silencios. Su rostro era una cripta.
Herido como estaba realizó un par de movimientos más y acabó por derrotarme. Le estreché la mano con inseguridad y me alejé del tablero lo más pronto posible, confundido y, debo admitirlo, bastante avergonzado.
El Gran Maestro ganó esa partida y todas las restantes y se alzó con el título en forma indiscutida, pero, les aseguro, eso no me importó en lo más mínimo.

2 comentarios:

Salemo dijo...

Me parece que el gran maestro es un genio que juega con los miedos y prejuicios de forma magistral y que su único fin es el de ganar la partida. El resto lo hace la mente de su oponente. Cambiar una torre por una dama, así lo demuestra.Disculpe don Claudio si no era esa su intención, pero su excelente historia me sugiere eso.

Peligro dijo...

Impecable tu razonamiento, Miguel Ángel. Este Gran Maestro es sin dudas un tipo con personalidad, y aprovecha cuanta herramienta tenga a su alcance. Creo que eso tan válido como poseer un amplio conocimiento teórico y
lo hace más completo como ajedrecista.

Alguna vez me entablaron una partida ganada por dejarme apurar por el tiempo (mi adversario tenía apenas cinco minutos y yo media hora, y caí en el juego acelerado que me propuso). En este caso el GM me ganó la partida con un sucio truco psicológico, pero yo escribí un cuento...