sábado, 26 de julio de 2014

Casas tomadas - Guillermo Vidal




Las casas no estaban habitadas y seguían funcionando en automático esperando a los dueños. Por la mañana el café humeante estaba servido en la mesa de la cocina, junto a las tostadas, el dulce y la manteca. Un jugo de naranjas recién exprimido y las noticias en la pantalla. Luego de una hora los servicios desarmaban la mesa y mientras se terminaba de asear las habitaciones, regar las plantas y verificar la provisión de alimentos, una suave música acompañaba las tareas. Con el mismo rigor sucedía el almuerzo, servido puntual, respetando el cronograma de alimentos, equilibrando nutrientes y al gusto de los dueños. Se retiraban intactos para servir el postre y el café.
Merienda y cena seguían el destino silencioso al bote de basura. Luego de una película, las luces se atenuaban para el descanso de los ausentes y los servicios automatizados entraban en modo pausa, un grupo reducido de vigilancia quedaba atento a los ruidos y los merodeos de extraños para proteger la casa. Era la hora de Palni, que se hallaba en el escondido para evitar las cámaras de seguridad y poder hurgar en la basura. Encontró una suculenta pechuga con ensalada. Se esforzó en dejar todo ordenado, los automáticos podían darle cacería si ensuciaba la vereda. Si hubiera escuchado las advertencias cuando era el dueño de casa, pensó con nostalgia, pero no estaba en peores condiciones que sus vecinos. Los automáticos eran inflexibles.


Acerca del autor:  Guillermo Vidal

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