viernes, 18 de abril de 2014

Reciclado - Lucila Adela Guzmán




Ángel Gomez sondea en el basural cercano al cinturón ecológico. Cuando descargan los camiones él se apura para sacar de entre las inmundicias algo que le sirva para vender, las latas por un lado, las botellas por el otro, incluso separa algo que limpiándolo un poco podría quedar apto para comer .Ángel separa diarios .Sí, diarios, (todavía hay gente que no aprendió a separar el papel de la basura). Una bolsa llena de revistas asoma bastante limpia al borde de su zona. Su zona esta delimitada por una banda de chicos que simulan haber perdido su humanidad entre la basura En cuanto Ángel va por la bolsa, uno de los chicos lo mira con furia mostrándole una pequeña navaja, un rayo de sol mañanero rebota sobre la hoja de metal y lo encandila lo suficiente como para disimular su cobardía. Los odia. Al proteger sus ojos del resplandor advierte que más arriba, casi llegando a la cima del basural, hay un cartel entre los escombros. Trepa la montaña y sonríe ante el hallazgo, es una pizarra de estas modernas donde se escribe con marcador y de lo mas gracioso fue para él, leer lo que allí estaba escrito. No sin dificultad leyó descifrando algunas letras borroneadas “El ser humano pierde alrededor de un millón de células muertas por día”. Al menos el sabía leer, no como esos animales de allá abajo que no habían aprendido ni a escribir sus nombres, pensó mientras miraba triunfalmente la pizarra .Lo que no sabría Ángel es que en es mismo instante sus células muertas exaltadas por la noticia que él acababa de leer harían algo impensado .El olor del metano se hacía a veces insoportable incluso para él cuya nariz, hacía mucho que ya había pasado el umbral de captar lo nauseabundo. El pensaba que, gracias a dios, su olfato estaba adiestrado, pero hoy, hoy no se podía aguantar, Ángel decidió bajar y poner su tesoro a resguardo junto a las demás cosas que había apartado, así lo hizo mientras calculaba a cuanto podría vender la pizarra, que parecía estar en perfecto estado . Los muchachotes de la banda de miserables lo vieron empacar y burlándose de él, imitaban los movimientos de las gallinas otros gesticulaban amenazas para con su cuello. Él se marchó deseándoles la muerte, sólo para no tener que encontrárselos al día siguiente
En un surco de huellas que habían dejado las raídas botas de Ángel se formó un rió sulfuroso. Allí, fuera de todo orden conocido sus células muertas esparcidas recordarían tiempos mejores, dando así, resucitadas, inicio a una nueva especie. Una especie de apariencia abominable que germinó en medio de la inmundicia y de un efímero deseo de venganza. Al día siguiente Ángel Gomez llegó al basural bien temprano y trabajó tranquilo, la pandilla que lo acuciaba todas las mañanas no apareció, ni ese día ni nunca más.


Acerca del autor:  Lucila Adela Guzmán

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