miércoles, 24 de julio de 2013

Encuentro cercano - Luis Benjamín Román Abram


Alberto Jaramillo se había alejado unas decenas de metros de su puesto de investigación. Los granos de arena eran poco compactos en esa zona, por lo que tenía que exigirse para mover los pies que se hundían con facilidad. Le llegaban la resonancias de las corrientes eólicas que formaban las dunas de Sechura cuando escuchó otro sonido, uno estruendoso, y el científico pudo divisar como se alzaban partículas de polvo a unos cinco kilómetros al sudeste de su ubicación. Deshizo sus pasos, subió a su vehículo y, poniendo el aire acondicionado a máxima potencia, se dirigió al lugar. En apenas minutos llegó. Se veía una depresión en un montículo, despedía calor, mucho mayor a los cuarenta y tres grados que había estado soportando hasta ese momento. Encontró algo que le pareció un avión monoplaza destruido. Pronto cambió de opinión. Notó que no guardaba semejanza con otros, empezando por el color, que era púrpura, mostraba altorrelieves de símbolos no occidentales, pero además, pensó, atentaba contra la aerodinámica, ya que el ingenio no tenía rastro de alas. Una nave demasiado futurista comparada con los modelos peruanos o del vecino Ecuador.
      Transcurrieron diez minutos, la temperatura fue disminuyendo y una compuerta se abrió rápidamente, pero en silencio. Alguien salió, no cabía duda de lo que veía.
      — ¿Está bien? — Fue lo primero que le dijo al alienígena rojo, mientras pensaba en lo grande y extremadamente delgado de ese cuerpo. Como de tres metros de altura, cabeza similar a la de un bacalao, con una indumentaria de tela de todas las tonalidades del arcoíris, pero con una conformación humanoide. Aunque decididamente aun fuera más pequeño no podría pasar por un terrestre.
      Alberto sudaba copiosamente y se sentía invadido por el miedo y la emoción. «¡Fama mundial!, ¡honores! y quien sabía que más».
Y pensar que por un momento supuso que era un avión militar.
— ¿Está bien? –repitió Alberto, al tiempo que escuchaba latir sus sienes.
—Está bien—contesto el ser, quien con sus ojos membranosos y amarillos lo miraba inexpresivo.
— ¿Habla mi idioma? —respondió Alberto.
      Se aproximó y tras un tras pies en la arena, no pudo evitar tocar una de las manos de cuatro dedos del visitante.
—Casi al instante el alienígena se desplomó.
Lo alzó a su vehículo y sintió un sonido seco, la nave había implosionado.
— ¿Qué hago ?—se preguntó el científico.
      Una vez que llegaron a la base lo recostó en el suelo y comenzó a enviar mensajes y llamar a sus superiores del Instituto de Investigaciones para el Cultivo en el Desierto. Entretanto, el alienígena temblaba y respiraba con dificultad, a los pocos segundos su movimiento se detuvo por completo y para siempre.
El evento se volvió noticia mundial. Jaramillo fue llamado «científico extraterrestre». Fue entrevistado y premiado por muchas organizaciones privadas y estatales de todo el mundo. Incluso fue visitado por funcionarios de la ONU, le comunicaron el aprecio que le tenían por el hallazgo. Todo estuvo bien hasta que se inició el acoso por los fanáticos de los extraterrestres y hasta por los escritores de ciencia ficción. Y el colmo fue cuando un fiscal penal de la provincia de Piura lo denunció por el delito de homicidio culposo, lo que podría privarlo de su libertad en una sórdida cárcel. Una ONG de Miami — por los derechos de todo extranjero, aún fuera de los confines de la galaxia— interpuso una demanda ante un juez civil peruano por responsabilidad, al poner al mundo en peligro. Con lo que, de ser declarara fundada, él sería obligado a pagar una cantidad abultadísima de dinero que lo llevaría a la quiebra financiera.
      En los medios legales, los doctrinarios del derecho hablaban que la legislación entraría en un nuevo rumbo. Ya no solo se enseñaría diplomacia o derecho internacional, en adelante, a todo se le agregaría, interestelar. Los juristas civiles advertían un nuevo camino para la Reparación por Daños y Perjuicios.
      El juicio fue difundido en toda la Tierra.
— ¿Qué hacía en el desierto?
—Realizaba investigaciones conducentes a volver parte del área en un valle.
— ¿Qué sucedió?
—Encontré una cápsula procedente del espacio exterior con vida a bordo.
— ¿Qué hizo?
—Me acerqué
— ¿Y luego?
—Salió la especie alienígena y quise verlo, tropecé y toqué involuntariamente su mano derecha. Meses después los biólogos me dijeron que no debí tener contacto físico, que eso causó su deceso.
      Oficialmente se afirmaba que tenía que castigarse severamente la negligencia de contaminarlo. Extraoficialmente se sabía que la razón de encontrar un culpable, que no había, era para dar señales de buena fe, en caso vinieran más extraterrestres, para que observasen que se había dado una sanción ejemplar a causante y evitar represalias.
      Perdió cuatro años de su libertad y todos los bienes que había acumulado a la fecha, con lo que se construyó el Parque Homenaje a la Vida Interestelar. Han pasado cien años y no se sabe de alguna nueva visita espacial o que alguno de su especie haya reclamado el extraño cuerpo. Ahora se especula que no quieren saber de nosotros por ser injustos, y se está pensando en rehabilitar el honor de quien en vida fue, Alberto Jaramillo.


Sobre el autor: Luis Benjamín Román Abram

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