sábado, 23 de febrero de 2013

El zen alienígena – Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—¿A quién le dispara? —dijo Braulio Solmayor señalando la inmensidad pampeana con un dedo largo y sucio de tierra. El extraterrestre no se dignó a dar vuelta sus tres cabezas, limitándose a mirarlo con una.
—A los shimangosh —respondió. Había aprendido el castellano en una academia de Orsa Ursus, donde enseñaba un kirguizio mentiroso llamado Almazbek Zhantaldiev.
—No gaste pólvora en chimango —dijo Braulio, gaucho valiente donde los hubo. No le tenía miedo a nada, Braulio, y mucho menos al lugar común y la perogrullada.
—No gashto pólvora —dijo el shumishiano—; mi ultrafushil shubshónico funshiona con shubshonidos. Ushted habla y mi fushil she carga. Y losh shimangosh shon eshquishitos.
Braulio se encogió de hombros. Estaba acostumbrado a los alienígenas que venían a la llanura a hacer sus extravagantes safaris. Y lo que comían o dejaban de comer no era asunto de él. Por experiencia sabía que la carne de chimango es repugnante, ya que adquiere sabor a podrido gracias a los hábitos alimenticios del animalito, muy aficionado a la carroña y, además, escasa como caballo colorado; se regodeó en su dicho, tan común como olvidado.
—Sobre gustos no hay nada escrito —acotó Braulio, haciendo gala una vez más de una audacia rayana con la temeridad en materia de puerilidades e intrascendencias.
—¿Quién le dijo esho? —explotó ahora sí el shumishiano, girando las tres cabezas hacia el paisano y dejando escapar un par de disparos del ultrafusil subsónico que, gracias a su rastreador inteligente, derribaron siete patos, dos gallaretas, una perdiz y un chancho volador—. En Shumish tenemosh tantosh librosh shobre gushtos que ha nacido una corriente filoshófica que she dedica a eshtudiar los librosh shobre gushtosh y nada másh.
—En cristiano no hay nada —insistió Braulio, tozudo.
—Muchosh han shido tradushidosh al crishtiano —refutó el eté, que era incapaz de dar el brazo a torcer.
—¡El cristiano no es un idioma! —se enfureció Braulio.
—¡Calle, criatura inculta e inshivilishada! ¡Láveshe la boca con jabón antesh de dishcutir con un shumishiano!
—Ya te voy a dar yo lavarme la boca con jabón —aulló Braulio desenfundando el facón al tiempo que se abalanzaba sobre el alienígena.
—Haya paz, haya paz —dijo un monje budista que certó a pasar por allí en el momento indicado para evitar el derramamiento de sangre—. El zen es la respuesta. Respiren amargo y escupan dulce. A ver: uno, dos.
—¿Quién esh el pelado?
—A decir verdad no es la oportunidad porque la trenza la tiene en la nuca. Espere que le pregunte, pero no tire que me parece que a este no lo cuece un solo hervor.
El shumishiano se contuvo de retrucarle que él no cocinaba su comida, pero prefirió guardar la ira para después, para cuando con su cabeza de pensar le cantara cuatro frescas al osado terroso de color rosado sucio.
—¿Zen, dijo usted zen? No sé si le entendimos bien acá con el amigo —dijo señalando al tritestado. Yo lo conocí a su tío, entonces. Zen Obio Ofte, al que le decíamos el Turco. ¿Es usté Zen Tado, el purrete?
—Bueno, ya no soy tan purrete. Tengo mi propio perro, vea —y señaló a un cuadrúpedo demasiado timorato como para servir en la juntada de toros del atardecer.
—¿Qué clase de perro es ese? —dijo conteniendo la risa Braulio, mientras escuchaba las carcajadas triples del shumishiano.
—No lo va a creer, pero es un perro muy apto para el trabajo del campo. Y si quieren paz y no la encuentran con el zen, mi perro les acerca uno de sus productos pacificadores: la pipa de la paz.
—Venga —dijeron a coro los dos camperos—. No nos va a hacer mal—. Y despuésh me lo como —pensó el alien o lo dijo en voz bien baja.
El perro se acercó con dos cigarros bien armados ya encendidos. A la primera pitada se pusieron contentos mirando las nubes desnudarse y los teros cantar canciones sensuales. A las dos pitadas los tres eran más amigos que culo y calzón. Zen Tado y su can Nabis, se fueron sonando campanitas de bronce fino, mientras Braulio abrazaba al torpe tritestado que estaba al borde de un ataque de llanto de felicidad.
Braulio ya estaba pensando cómo cocinar los chimangos del shumishiano, “todo bicho que camina va a parar al asador” pensó antes de dar la próxima pitada y la figura de tres testas se dio a pensar en su amado Zhantaldiev.

Los autores: Sergio Gaut vel Hartman, Héctor Ranea

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