miércoles, 19 de diciembre de 2012

Couture - Carmen Rosa Signes Urrea


A Ricardo

Se unió a la tripulación en Puerto Príncipe. Elegante y fino, muy fino, distaba mucho de la clásica imagen del pirata. Le ofendió que le asignara para la limpieza de las bodegas. El aire viciado de las entrañas del navío le molestaba, estábamos impacientes por verlo en días de marejada, cuando hasta el más veterano de la tripulación era capaz de echar por la boca tantos exabruptos como despojos de comida., pero nos sorprendió. En batalla surgía su coraje. En aquél preciso momento, todas sus finuras se transformaban lanzándose sin mirar; con certeros toques arrebataba la vida de aquellos que intentaban hacer lo propio con la suya. Era tan diestro con el sable que pocos eran los que no quedaban rendidos a sus pies solicitando una clemencia que de inmediato él concedía. No le gustaba derramar sangre innecesaria, me confesó. 
Dicen que una vez fue capitán, y que a duras penas pudo salvarse de una traicionera tripulación que intentó venderlo al gobernador de las Antillas. 
Pese a sus mariposadas me gustó, y quise tenerlo bien cerca. Fue durante el primer reparto del botín que volvió a sorprendernos al no querer ni joyas, ni doblones de oro o monedas de plata.
—Pero ¿cómo os honraré? —Le pregunté
—No os inquietéis Capitán. Sabré encontrar la recompensa —me contestó.
Al día siguiente comenzaron los cambios. Habló conmigo sobre la necesidad de mejorar nuestro aspecto, de cuidarnos más. Según él eso nos haría ganar respeto. Verle trastear entre los equipajes intentando convencer a los hombres de aquellas cuestiones, resultó curioso. Se paseaba por cubierta pidiendo opinión sobre mezcla de colores, largaria de mangas, ancho de perneras, o la ornamentación de sombreros y pelucas. Reconozco que no me molestaba. 
Pero sucedió lo inevitable. Un grupo de hombres decidió poner fin a tanta mariconería. Fue en nuestra siguiente parada dónde lo abandonamos a él y a sus innovadoras ideas. Tuve que resignarme. 
Años más tarde, cuando el infortunio sustituyó el pañuelo y las chorreras de mi cuello por la soga, me llamó la atención el atuendo de alguna de las damas y de muchos de los caballeros asistentes a mi ejecución, tanto, que pregunté. Como respuesta me hablaron de cierto personaje de oscuros antecedentes que alcanzó la corte de los delfines de Francia gracias a sus ideas sobre cómo mezclar de colores, la largaría de las mangas, el ancho de la pernera, o los abalorios de sombreros y pelucones.

1 comentario:

Luis García Romero dijo...

Reflexiva historia de piratas. Poder desplegar el talento requiere estar en el sitio adecuado.