martes, 13 de noviembre de 2012

Camisa blanca - Alberto Benza Gonzáles


Nunca me gustaron los ternos (y usarlos menos), pero esta vez contraía nupcias una de mis mejores amigas y no tenía más remedio que ponerme mi único terno azul. Sólo necesitaba una camisa blanca para que combine mi corbata (así lo pensaba). No dude dos veces y me fui a comprar con mi padre la susodicha camisa. Ya en la tienda encontré una sola, era blanca y, lógicamente, era para usarla con gemelos (menos mal que incluía los gemelos). El detalle era que la camisa costaba cien dólares. “Es de algodón egipcio”, repetía el vendedor. Me pareció muy cara, sin embargo me resigné a comprarla por la premura del tiempo.
Estando en la caja para pagar la camisa, mi padre me miró fijamente y me dijo bromeando: “Hijo, esa camisa es muy fina para ti, yo debo usarla”.
Pasó un año de este suceso y llegó la muerte de mi padre, intempestivamente, un 24 de diciembre. “Otra vez a usar el terno de siempre”, me dije. Mi asombro fue grande cuando no encontré la camisa blanca, pero en ese momento no había tiempo para pensar en dichas nimiedades. Me presté un traje cualquiera y salí rumbo al velatorio. Ya en pleno velorio me acerqué al lecho de mi padre y quedé sumamente perplejo cuando vi que llevaba consigo mi camisa blanca de algodón egipcio, incluidos los botones ornamentales enchapados en oro.

Sobre el autor: Alberto Benza Gonzáles

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