lunes, 16 de julio de 2012

Veneno nuclear – Héctor Ranea


El Profesor Pablo Linden había inventado el veneno nuclear, una medicina que era el verdadero curalotodo. Tenía la propiedad de, una vez inyectada en el enfermo, detectaba el núcleo del ADN del virus, bacteria o célula cancerosa y lo destruía, uno por uno, a razón de varios millones de ellas por segundo. Fantástico y veloz, podría haberse usado para vaciar literalmente los pabellones de desahuciados en todo el mundo. Tan así era esa panacea que cuando anunció la presentación pública, aplicada a un individuo, varias redes de información en el mundo se pelearon para tener acceso exclusivo a la nota, cosa que el Dr. Linden aceptó.
Pero alguien puso una trampa en el enfermo. Se podría decir que era un arma cargada por el diablo, ya que no tenía una enfermedad cualquiera sino que cien legiones de demonios se habían apoderado del desgraciado y, si bien la historia clínica declaraba que era un diabético con variadas putrefacciones internas, con visiones místicas debidas, probablemente, a la pelagra que lo acosaba por la mala alimentación, la verdad que subyacía era otra.
Justo antes de que el Dr. Linden procediera a explicar el funcionamiento del veneno nuclear, las cámaras mostraban a este caquéctico personaje gesticulando y gritando algo inconcebible. Quería, decía, morir empalado porque era un pecador. Echaba espuma por la boca y se relamía cuando las enfermeras pasaban a su lado.
El Dr. Linden explicaba que mucho del éxito de su veneno residía en que era posible, para las moléculas que lo componían, recolectar información sobre el paciente que fuera no sólo genérica sino específica, personal, íntima. De esa forma usaba los deseos más recónditos del paciente para lograr efectos de sanación. Lo que no sabía el pobre era que estos deseos del paciente jugarían a favor del infierno desatado en su interior y no por su salud.
No bien inyectó al personaje poseído, éste pareció curarse. De hecho, las marcas visibles de gangrena, los síntomas de la pelagra y otros cánceres que padecía el pobre hombre, desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos ante la mirada desconcertada de cientos de especialistas y millones de personas en todo el mundo. Pero pronto aparecieron los deseos del pobre diablo de jugarle una mala pasada y llegó el golpe de gracia para el veneno nuclear del Dr. Linden. De pronto se vio cómo se construía en el interior del paciente algo que parecía ser un árbol. De hecho, el pobre diablo murió empalado por dentro, tal como era su deseo.
No se sabe dónde fueron a parar los diablos contenidos en él pero, por la espuma que echaba por la boca el Dr. Linden,  la comunidad médica ha pasado a aceptar ciertas hipótesis acerca de la posesión satánica que antes hubieran sido descabelladas.


Acerca del autor:
Héctor Ranea

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