sábado, 16 de junio de 2012

Agua virgen – Diana Sánchez


De la pared de la montaña fluye incesante el agua virgen.
Se me queman las manos repletas de carbón. Asoman las llamas por las esquinas del olvido, se retuercen incendiarias hasta abrazar la pared.
Corre la vieja para alcanzar el último tren de la noche. Se traga el grito en su boca deshabitada, la vieja, cuando apenas se cuelga de la puerta. Y sube. Pero nadie la tira a las vías. Pero nadie intenta robarle nada, a la vieja.
Mastica carbón de coque el chico boliviano que viaja en el tren. Porque tiene la boca negra. Porque tiene los ojos negros. El pelo, las uñas. El futuro.
Largas piernas, interminables pies subidos a tacos altos. Altísimos. Rubia: cara, ojos y piel. Vello, sexo-rubio. La rubia-mujer mastica mieles y amapolas. Tiene la mente rubia. Y el pensamiento, también.
El tren se arrastra sigiloso y sube la otra mujer. La mujer-desnuda de la Montes de Oca. Pero nadie la ve. No mastica, ni siquiera, come. Le sacaron las muelas, tenían miedo que ella los mordiera. Le tiraron un colchón. Y la enrejaron. Sube sola, dejando atrás la Colonia. El pasado.
En la sinrazón de la noche, el tren detiene su marcha. La estación hiere de luz mis entrañas. Los fantasmas se esconden detrás de sus sombras.
Nadie espera a nadie. Baja el niño-indio, la rubia-mujer. La pobre-vieja, baja.
La mujer-loca prefiere el tren a los fantasmas: ella sabe elegir.
Camino lenta y pesadamente hasta alcanzar la montaña. Me lleno las manos de agua-virgen para llenar los bolsillos.
Ya sin dudas, persigo la línea del horizonte.


Acerca de la autora:
Diana Sánchez

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