martes, 17 de abril de 2012

Rememorando buenos viejos tiempos – Sergio Gaut vel Hartman


Fuimos presentados por Aquiles Papathanasio en un bar de Chivilcoy; el mundo es chico. Conversamos animadamente sobre cría de faisanes, estampillas y Messi. Fue inevitable, por lo tanto, que al mencionar al más hábil me sintiera en la obligación de confesarme.
—Siempre fui torpe. A los siete años, por ejemplo, me rompí un brazo jugando al ajedrez.
—¡No me diga! Se cayó del caballo.
—Le estoy hablando en serio. —Detuve a Aquiles con un gesto y miré a Pedro con atención; era casi imposible, pero el medio siglo transcurrido no había disipado la expresión maligna que aquel individuo ostentaba en la niñez—. En realidad no me rompí el brazo; me lo rompieron. El otro no soportó que mi peón rey coronara y me golpeó con tanta energía que me quebró el cúbito y el radio al mismo tiempo.
—¡Bromea!
—Dígame una cosa, Pedro. ¿Dónde vivía usted en 1953?
—¿Está loco? ¿Cómo quiere que recuerde eso?
—Haga memoria.
—¿En 1953? —Pedro contrajo las facciones y entrecerró los ojos—. En Flores, me parece.
—Bacacay al 3300.
—¡Sí! ¿Cómo lo supo?
—Porque vos fuiste el hijo de puta que me rompió el brazo.
—Tranquilo —dijo Aquiles. Pero yo no estaba tranquilo, y Pedro tampoco.
—¿Ah, sí? ¡Y ahora te voy a romper la cara, pelotudo! —Pedro saltó hacia delante apuntándome con un puño que hacía honor a su nombre. Pero yo confesé ser torpe, no idiota. Cincuenta años enseñan algunas cosas, y una de las cosas que aprendí es que cuando me encuentro con alguien llamado Pedro tengo que estar preparado. Mi disparo llegó a su frente antes de que su mano alcanzara mi nariz.

Acerca del autor: Sergio Gaut vel Hartman

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