sábado, 7 de abril de 2012

Manos, las de ella, las de él - Flor Marina Yánez


Supo que era Él desde el primer día en que sus ojos se cruzaron. Ella jugaba a la rayuela en plena calle y él la atrapó antes de que el traspié que provocaron sus ojos negros se convirtiese en sangre y mugre. Lo amó con fidelidad y en silencio cuando la pubertad abrió los botones de sus senos. Sufrió su indiferencia, padeció la distancia que la separaba de su cuerpo y día tras día tejió la red con la que poco a poco lo aproximaría a su lecho. Lo conoció íntimamente en la soledad de sus ardores insomnes, impregnó de su olor cada el pensamiento, recorrió una y mil veces en la soledad de su cuarto, el túnel que separaba a sus manos, las de él, del fruto del placer anhelado. La noche de bodas no fue entonces sino la continuación de las fantasías que la habían convertido en mujer. Él, que poco entendía de asuntos metafísicos, se apartó con brusquedad del lecho maldiciendo aquellas manos invisibles, que le habían robado la inocencia a su pequeña y le dejaban a cambio esa mujer usada y mentirosa que estaba a punto de dejar

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