lunes, 19 de diciembre de 2011

Coloquio – José Antonio Parisi


Grippi ya entró a la penumbra del cuarto. Olor a mugre. Hacia el lado más lejano, un par de camas de hierro con las mantas en desorden. Cerca suyo y apoyada en la pared se sostiene una mesita, renga de una pata. Encima, un calentador eléctrico trata de mitigar el frío antártico del ambiente, y de una radio destartalada sale un bochinche indescifrable. Grippi se sienta junto a la mesa. La resistencia al rojo del calentador se refleja en el vidrio de la ventana, y él ve sobrepuesto su desaliñado semblante, sus anteojos gruesos, la bufanda rigurosamente enroscada al cuello de la tricota. Y detrás del vidrio, la galería con su lamparita desnuda y, en la llovizna, la oscuridad de los jardines que mañana recorrerán sus ojos. Un rechinar a sus espaldas lo hace girar de golpe: de una de las camas se levanta la figura de un hombre, que él no había visto. Se le acerca arrastrando los zapatos, enfardado en un raído sobretodo —tal como estaba echado—, las solapas erguidas le tocan la base del gorro de lana. El hombre adelanta una mano temblorosa.
—Surañe —le dice ronco—. Mucho gusto.
—Grippi. El gusto es mío —se la estrecha débil.
El otro, siempre parado, busca en un bolsillo del sobretodo y saca un maltrecho atado de cigarrillos. Con sus dedos sucios revuelve dentro del paquete y descubre uno que, aplastado y curvo, se lo incrusta en la boca.
—Me convida un cigarro —le dice Grippi—. Yo no fumo, sabe.
—Yo tampoco —dice Surañe arrimándole el atado hasta la punta de la nariz—. Pero, sírvase, siempre los tengo mano, para el día en que fume.
—Si usted va a iniciarse en el vicio—la voz asordinada por el atado, que ahora el otro se lo ha puesto sobre los labios—, yo espero mi turno. No quisiera importunarlo.
—No tengo fecha precisa —Surañe recoge el brazo del paquete—. Sin embargo, cualquiera de estos días …
—… empieza.
El de sobretodo dobla el cuerpo como para prender su cigarro en el calentador. Pero se queda inmóvil con la punta del pucho a unos centímetros de la resistencia incandescente, que le ilumina su nariz bermellón semejante a una gran frutilla invertida.
—¡Reaccione, hombre, reaccione!
Surañe se endereza.
—Me anda rondando la idea del suicidio en determinada forma.
—El suicidio... —murmura Grippi—. ¡Privación voluntaria de la vida, diccionario RAE! —grita— y desde los groseros anteojos, la mirada busca su muñeca plena de cicatrices.
—Estaría bueno tirarse al río desde un puente con un faso prendido entre los labios. Eso estaría bueno.
—Fumar bajo el agua le decían ellos a ese deporte. Ellos sí que lo jugaban bien, “de salón” lo jugaban.
—Es de pusilánime dejar que la vida pase al pedo, Grippi. Lo importante es apurarla. ¿Usted nunca ha fumado?
—Yo no, pero sufro fuertes accesos de tos, igual que los fumadores.
A Grippi el catarro le revuelve el pecho y con violencia arranca una flema y la estrella en el piso. El compañero da un paso y se apura a aplastarla con la suela, como si fuese una cucaracha esquiva.
—Ah… Entonces está esperando que la tos le pase para empezar a fumar.
—Yo siempre espero algo… ¡Fumaré hasta conseguir ataques de tos ortodoxos, propios del cigarrillo! Y no humillantes arrebatos espasmódicos, como los que trae un enfriamiento por andar en chomba cuando no corresponde.
—Lo que se dice un acceso de tos profesional.
—Eso es, profesional y contundente.
—Contundencia… —la mirada se le extravía— Contundencia es lo que haría falta.
—Una cosa: esa radio que distorsiona tanto, ¿es suya? ¡Por qué no la apaga de una buena vez! ¡Enferma los nervios!
—Es LA COLIFATA, Grippi. Cómo la iría a apagar…
Surañe pega la vuelta y se echa de nuevo en el colchón, empuja aquellas mantas arremolinadas contra la cabecera y las usa como almohada. Se acomoda el faldón del sobretodo, yergue recto un brazo, y dirige el índice hacia la otra cama, como un periscopio en las sombras.
—Esa es la suya —dice—, váyase haciendo al espacio. Es lo que aquí más conviene.

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1 comentario:

Florieclipse dijo...

Excelente narración, Parisi. Y desde luego, concuerdo con los personajes: es un sacrilegio apagar la radio cuando transmite La Colifata. Faltaba más.