miércoles, 12 de octubre de 2011

El resto de la historia – Sergio Gaut vel Hartman


Muerto de sueño, el vampiro se metió en el ataúd equivocado cuando aún no habían dado las dos y despertó al dinosaurio, que debía salir a escena a las siete, cuando sonara el despertador de Monterroso.
—No hay derecho —refunfuñó la bestia, pero no adoptó ningún temperamento agresivo porque sabía que con el conde no se juega. Se levantó, paseó por dos o tres sueños sin relevancia literaria y terminó en la pesadilla de Chuang Tzu, esa en la que el chino se creía mariposa y viceversa.
—Me moriré de frío si no consigo zapatos —dijo uno de los dos, Chuang Tzu o la mariposa, no recuerdo—; el piso del tanatorio está helado.
El dinosaurio leyó tres veces el cuento de Hemingway y consiguió otros tantos pares de zapatos casi sin uso que habían pertenecido a un bebé que salía en la microficción del escritor norteamericano. Se los dio a la mariposa pensando que a Chuang Tzu no les iban a entrar. Pero su problema seguía sin resolverse: ¿qué haría con las cuatro horas y pico que quedaban por delante? Caminó por los pasillos fumando puros y porros, hojeó antiguas revistas deportivas, aplastó cucarachas y persiguió ratas sin propósito asesino alguno. Así consumió una hora y media; todavía faltan tres, reflexionó. Y todo el mundo sabe lo pesado que puede ponerse un dinosaurio desvelado. Volvió a caminar por los pasillos sin rumbo definido, tratando de matar el tiempo, pero el tiempo es duro de matar, como brusgüilis, por lo que decidió no volver a intentarlo. Cantó canciones de Pablo Milanés y Luis Eduardo Aute, leyó un libro del escritor mexicano Federico Schaffler (el dinosaurio había hecho un curso de lectura veloz en las Academias Berlitz) y recordó con nostalgia El mundo perdido, una antigua película de Harry O. Hoyt basada en la novela de Sir Arthur Conan Doyle, con Wallace Beery en el papel del profesor Challenger. Nada. El reloj no tiene apuro. Por fin, a eso de las cinco y media, vio luz en una habitación del ala norte. Irguió el cuello y pudo divisar, sobre una cama, a un tipo durmiendo. ¿Durmiendo con la luz encendida? ¡Claro! Si la luz hubiera estado apagada el dinosaurio no habría visto nada. ¿Y que vio el dinosaurio? Vio que el tipo se iba transformando en un monstruoso insecto.
—Olalá —dijo el dinosaurio. Y dijo “olalá” y no “oioioi” porque hasta donde yo sé ninguno de esa especie se convirtió al judaísmo—. Esto se lo tengo que contar a Kafka. —Sacó el celular del bolsillo y marcó los quince números de la casa del escritor checo—. Tenés que escribir sobre un tipo que se está convirtiendo en escarabajo.
—No me interesa —dijo Kafka.
—Se lo paso a Calvino; después no te quejes.
—Es irrelevante. Aunque lo escribiera, ya le di órdenes a Max para que queme todos mis papeles cuando me muera.
—¿Puedo interpretar esto? —dijo un anciano de barba y cabellos canos incorporándose en el diván que lo cobijaba.
—¿Quién es usted? —interrogó el dinosaurio—. ¿Yehudi Menuhin, Jascha Heifetz, Mischa Elman, Itzhak Perlman?
—No. Soy... otro. Pero el que responde con preguntas, ¿no debería ser yo?
El dinosaurio miró su reloj y comprobó que solo faltaban siete minutos para que Monterroso se despertara. Corrió y corrió hasta que sus cortas piernas dijeron basta. Pero fue suficiente: el escritor centroamericano se desperezó y sonrió complacido porque el dinosaurio todavía estaba allí.

Sergio Gaut vel Hartman

3 comentarios:

Unknown dijo...

Observo que el dinosaurio sigue compilando más autores para devorarlos quizás, aunque sea virtualmente por tratarse de especie extinta.
Me dá un poco de claridad sobre los hechos tu versión, aunada a la de Spielberg, y a la mía propia; sin saltarme desde luego a incontables micro relatistas que suman más datos a éste profundo estudio biológico-literario.

Javier López dijo...

Apoteósico. Mis aplausos y enhorabuena por tan bien mezclado y aderezado engendro.

Ogui dijo...

¡Impresionante! Y pensar que Monterroso debe haber pensado que el dinosaurio solamente estaba ahí y no todo lo que tuvo que hacer. Me pareció excelente la respuesta de Kafka, un agujero de gusano en la historia de la literatura. Inauguraste un Subthemata: "ventanas de gusanos a la historia de la literatura fantástica" sólo con esa frase. ¡Chapó!