miércoles, 29 de septiembre de 2010

El encargo – Armando Azeglio


Nunca pensó que se terminaría transformando en un profesional de la muerte, matando por encargo. Mucho menos en formar parte del staff de un oscuro abogado dedicado a hacer malabarismos con las leyes que los comunes mortales creen que forman parte de la justicia. Quiso pensarse a sí mismo como un error, como una anomalía, pero inmediatamente sintió que eso era debilidad. Tocó la 9 mm" debajo de la axila y musitó:
—Es un trabajo, mi trabajo. Yo sólo hago la tarea sucia de Dios.
Sacó la foto de la próxima víctima mientras ordenaba un café. Un rostro nuevo, un rostro joven, pensó. Una mujer de ojos profundos, de cabellera larga, pesada y de un negro corvino. Una cruz de oro pendía entre sus senos. Pensó que el tiempo era una metáfora impura de la eternidad. La mujer estaba muerta; no importaba si en cinco minutos, cinco años o medio siglo. De pronto, el destino los había unido con un sutil hilo de Ariadna. Él era su verdugo, el ejecutor de una voluntad superior, arcana, perfecta y por lo tanto prístina. Como el abogado, él jugaba con simetrías que sólo podían ser apreciadas si se miraban desde otra perspectiva, superior, añadió en su diálogo interior. Veía en la muerte una forma de arte, de poesía, donde cada asesinato tenía una forma, un modo, un color, un escenario y un mensaje. Era un artista y esta iba a ser su obra número 23. Apuró el café. Pagó la cuenta. Miró el reloj con minucia, caminó con tranquilidad unas cuadras; la mujer de la foto estaba subiendo a un auto. Se acercó a ella e hizo fuego casi con desgano.

1 comentario:

Un tipo dijo...

Qué conceptual.
Me gustó mucho.


Excelente !