miércoles, 15 de septiembre de 2010

Carta de un amante despechado y con sed – Julio José Leite


Amor (dos puntos) sé que no he sido precisamente una lluviecita de verano, de esas que chirlean el calor y nos dejan frescos y con ganas, más bien fui tormenta ahuyentando tus pasos, anegando tus precarios senderos de ternura, en fin, los niños que no comprendemos este mundo de adultos estamos destinados a cometer estupideces todo el tiempo. Es por eso este berrinche que me supera.
Cómo uno va a prestar su pelota de fútbol, su juego de ingenio, su trineo, su piel, que por tradiciones ancestrales, sacó, mascó hasta no dientes, tratando de dejarla suave para el abrigo de estas tantas noches que nos faltan, conservando por cierto esa pelambre de guanaco libre, de carbón saltando los alambres, de esa caricia sobre la propia intemperie de la piel de tantos otros olvidada, vituperada, masticada siempre por los que nos utilizan (pelitos defendiendo por un pelito nuestro brilloso frío de sangre apelmazada) niños, animales salvajes nosotros los poetas.
Hoy me voy a quedar aquí llorando por dentro el hain interrumpido por tu ausencia amor.
Kloketen, kloketen, repica cada lágrima que me cae sobre las raíces que me faltan.
Y con esto, terminó la carta. La leyó, arrugó el papel, lo tiró y partió a la calle porque se le había terminado la ginebra. Ella – lo presentía – no regresaría jamás.
Otra vez habían vencido los falsos, los mediocres, los…
Esto pensaba, cuando el viento de siempre, lo entró al bar.

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