domingo, 30 de mayo de 2010

La historia verdadera de la Cara de Cidonia - Héctor Ranea


Mucho me temo que algunos colegas científicos se estremecerán de verme caer al abismo de la locura pseudocientífica. Sé de dos que catalogarán mis empeños como Ciencia Patológica o comoquiera que la llamen. Pero debo decir a todos la verdad y nada más que la verdad sobre la Cara de Cidonia. En breve: la tallé yo.
Sé que muchas preguntas me van a formular después de semejante afirmación. La primera es cómo es que fui antes que llegara el Viking. Pues bien. Los Korindegon son cosmonautas desde hace miles de años, incluso algunas leyendas sitúan la habilidad de hacer volar artefactos en la época en que Marte tenía magnetismo y podían guiarse con cosas parecidas a nuestras brújulas. Y eso era en la época en que nuestro planeta cultivaba bacterias, incluso antes.
Ellos vinieron a mí después que un paisano los acomplejó con mate amargo y me hicieron la propuesta concreta de llevarme a conocer Marte. Ustedes saben de mi afición por la cosmonáutica, casi comparable a la de mi fascinación por la escultura y mi profesión de físico hizo el resto. Y ahí me fui, por ese vacío, como el poeta diría.
El problema es que nomás llegar conocí a Uhurlaqui, una korindegon de una belleza singular ya que, según me comentó el jefe Parlaki fue producto del amor de un korindegon con una hermosa mongol. Quedé con el corazón achicharrado al conocerla. Literalmente tan achicharrado que decidieron hacerme un trasplante. El khyul de un amagadón andaba bien, pero aunque me ponía un poco nervioso porque no tenía las mismas prestaciones, los ingenautas y cirucánicos lo pusieron bastante a punto. Con ese corazón podía amarla mucho más a Uhurlaqui sin riesgo de quemar la junta. Volábamos de aquí para allá y conocí mucho más de Marte que los actuales Rover. De hecho, cuando me llevó a Cidonia me encantó el lugar, tanto que decidí llevar mi amor a la piedra marciana. Claro que ésta no es como la nuestra así que tienen un sistema láser que produce formas que luego se copian a la piedra elegida. Me habían regalado un lasergromilZ que podía tallar hasta rocas del tamaño de un korindegon así que hice una escultura de su cara, para mi dulce Uhurlaqui.
Antes de volverme, me ofrecieron una tarea que era la de dibujar la fauna. Ellos tenían pocas habilidades domesticadoras y sólo lo habían logrado contadas veces, entre ellas, la madre de Uhur y yo... y pocas más. Ahí fue donde el agripeloso me mató. Me encontraron (más bien a mi cadáver) dos días marcianos después por lo que estaba casi totalmente podrido.
Sin embargo, sus recoñificadores reconstruyeron mi situación personal, lo cual llevó no pocos meses y muchas situaciones tensas de entrada en estado de grovinez, todo fue bastante estragador, para decirlo en kerocutuliano. Estragador a tal punto que Uhurlaqui aprendió a usar un equipo de escultura más grande y talló esa cara de ella en una montaña pero con la conjugada de la cara hizo la mía, que por ese entonces estaba en bastante mal estado, dada la putrefacción.
Y ésa es la historia de la cara y de por qué, vista desde diferentes puntos de vista no se parece a mí. Cuando quieran, les mando la foto, pero me estoy reponiendo... aún.

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