miércoles, 24 de febrero de 2010

Entierro acústico - Víctor Lorenzo Cinca


Al principio creí que iba a ser un funeral como tantos otros a los que me ha tocado asistir, pero poco a poco, y quizá debido a lo agudo de mi oído, me he ido convenciendo de lo contrario. Colocaron el féretro sin ningún cuidado sobre el coche fúnebre, y cerraron con un portazo sordo. El sonido del motor, circulando a marcha lenta, se mezclaba con los llantos ahogados que procedían de la parte trasera del vehículo, donde decenas, tal vez cientos de personas, se dirigían a la iglesia arrastrando sus pasos. La puerta crujió al abrirse y, cuando sacaron del coche el ataúd, la multitud estalló en un sonoro aplauso. Yo, evidentemente, no aplaudí pues siempre me ha parecido ridículo ovacionar un cadáver. Las ruedas del carro metálico en el que acomodaron el féretro chirriaban mientras se desplazaba por el pasillo central de la iglesia, entre gemidos y sollozos procedentes de los bancos laterales. El sermón del sacerdote, eso sí, fue como todos: insípido, lacrimógeno y declamado sin ganas. Su voz me llegaba ahogada, apagada, como de muy lejos. Me sentí indignado e impotente a su vez cuando escuché el tintineo de las monedas que iban cayendo sobre la cesta del cepillo. Y no moví ni un músculo, pues, entre otras cosas, considero de mal gusto pedir dinero cuando se despide al ser querido. Terminó la ceremonia y colocaron de nuevo el féretro en el coche de la funeraria. Ya en el cementerio, los lloros y lamentos perdieron en número lo que ganaron en intensidad y crudeza. La madera chirrió mientras colocaban el ataúd, para siempre, en el nicho; después se pudo oír con claridad el sonido de la paleta del enterrador que sellaba con yeso las rendijas que separaban ambos mundos. Al fin, alguien balbuceó una plegaria, que no llegué a comprender, y las pisadas fueron alejándose poco a poco, hasta volverse inaudibles. Entonces se instaló este silencio que tanto odio y que se ha convertido en la única compañía que tengo aquí, atrapado en la soledad de mi ataúd.


Tomado de Realidades para Lelos

3 comentarios:

Noesperesnada dijo...

Y yo que estaba pensando -mientras leía- en proponerte que cuando vayas a un velorio dejes el audífono en tu casa y no pude evitar sorprenderme con el final...

MARIA FABIANA CALDERARI dijo...

Me encantó. Saludos.

Víctor dijo...

Muchas gracias a los dos. Si queréis más, pasaros por mi blog. Saludos.