miércoles, 1 de julio de 2009

Plegaria para un niño dormido - Alan Frini


El Niño Que No Podía Dormir sufría. Veía a los demás niños durmiendo en el Jardín de Infantes, a sus padres y hermanos en su casa. Hasta los animales dormían. Pero él no. Él no podía. Anhelaba con todo su corazón el momento en que sus parpados se cerraran y se hundiera en un sueño profundo. Quería sentir la sensación de absurdez de los sueños. Quería sentir que volaba, que caía, que no podía correr, quería ver lo que los demás podían.
Él no lograba entender que pasaba con su cuerpo, se sentía diferente a todos. A sus compañeros no los llevaban a ver un doctor distinto cada semana. Ellos no tenían que oír a sus mamás llorando y sufriendo por su hijo incapaz de dormir. A ellos, sus hermanos no los fastidiaban todo el tiempo y los trataban de raros. Ellos tenían una gran vida, una vida que le era ajena al Niño Que No Podía Dormir.
El Niño Que No Podía Dormir tenía una hermosa cama en su habitación. Una cama roja en forma de auto de carrera, con un gran 09 pintado a un costado. Una frazada con dibujos de los más locos personajes, pero de nada le servía. No deseaba si quiera sentarse en ella. La creía culpable de que él sea distinto. No tenía sentido responsabilizar a la cama, pero, ¿a quién, si no? A pesar de su corta edad, sabía que nadie tenía la culpa y que él no podía hacer nada. Entendía, incluso, la frase que estaban escrita en un cuadro, colgado en la pared del consultorio del quinto psicólogo al que visitaron, y que sonaba una y otra vez en su mente: “Pobre no es el hombre cuyos sueños no se han realizado, sino aquel que no sueña.” Entendía su significado. Sabía que nunca iba a poder dormir. Sentir la suavidad de un sueño reparador, sentir la incomodidad de ser despertado, sentir la luz bañándole el rostro a la hora de levantarse. Nunca iba poder odiar al despertador. Mamá nunca iba a poder decirle buen día.
***
La grave enfermedad que él sufría requería de toda la atención de mamá. Las medicinas que tomaba estaban a prueba, y no se conocían muy bien sus efectos secundarios; pero sí se sabía que uno de ellos era sonambulismo. Mamá sabía que los sonámbulos corren mucho riesgo de dañarse a sí mismos, entonces, debía cuidar a su hijo, y pasaba todas las noches en vela al lado de su cama. Pero un día, el sueño la venció.
***
El Niño Que No Podía Dormir se preguntaba qué era él, por qué era así. Pasaba horas escrutando el cielo estrellado tratando de imaginarse cómo se debería sentirse al dormir. Ya no quería estar despierto. Quería dejar de pensar, quería dejar de llorar, quería dejarse llevar. Quería ser feliz, quería dormir.
En la cocina, mamá guardaba la antigua colección de cuchillos de la abuela, y sabía, porque le habían dicho, que éstos no son un juguete, y que pueden lastimar mucho si no se tiene cuidado. Y el cuidado era algo que él ya había perdido. Estaba más allá de un sueño, se había vuelto loco. Un niño loco. Un niño triste, un niño perdido. El Niño Que No Podía Dormir tomó un cuchillo, miró al cielo, escuchó en su cabeza el llanto de mamá, sintió el viento cálido tocando sus manos, empujando el cuchillo y clavándolo suavemente en su garganta. Sintió, por primera vez, que sus parpados le pesaban. El Niño Que No Podía Dormir ya no sintió tristeza, mamá ya no lloraría.
***
Unas horas después, en sueños, mamá recordó que debía preparar el desayuno para sus hijos y uno muy especial para su querido niño que hoy cumplía años. Ésta idea la despertó y se incorporó exaltada, dándose cuenta que había descuidado a su hijo. Miró hacía la cama donde él dormía, pero ya no estaba allí.
Preocupada, se levantó de la silla y corrió por la casa buscándolo y gritando su nombre. Lo encontró en la cocina. Su pequeño estaba en el piso, muerto. Un cuchillo de la abuela estaba clavado en su garganta. El Niño Que No Podía Dormir, miraba con sus ojos celestes, sin vida, al cielo y le sonreía.

Mamá ya no volvería a arropar a su hijo y desearle un feliz sueño. Ya no lo volvería a ver sonriendo mientras él dormía. Ya no volvería a cuidar de que él no se levantase sonámbulo. Mamá nunca dejaría de llorar. Mamá no volvería a dormir jamás.

1 comentario:

Carlos dijo...

Muy bueno; y muy perturbador