sábado, 31 de enero de 2009

Rémora - Sergio Gaut vel Hartman


El profesor se paseaba entre los niños que lo contemplaban arrobados. Era el primer día de clase formal en la colonia humana de Alfa Siete, y todos habían recibido indicaciones precisas acerca de cómo debían comportarse.
—Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
—¿Está seguro, profesor? —El que había hablado era un niño pecoso, de pelo ensortijado y rojo. Su madre era la genetista jefe de la colonia.
—¿Seguro? —El profesor contempló al niño con los ojos encendidos—. ¡Claro que estoy seguro! Así, de esta forma científica y detallada Dios creó al hombre y le dio la vida.
—¿Polvo y aliento? —La niña de tez oscura alzó los brazos y los agitó en el aire; sus pulseras tintinearon—; me parece que el hombre es algo más que eso. ¿Dónde estudió usted, profesor?
—No se necesita nada más detallado —rugió el profesor—. ¿Para qué enroscarse con elementos y reacciones químicas; con genes, mutaciones, azar, selección natural? Todo eso no es otra cosa que mamarrachos inventados por los evolucionistas para poner en duda algo que está claro desde el principio y perfectamente contado en la Biblia por el mismísimo Dios, Nuestro Señor.
Los niños empezaron a cuchichear entre sí. Ninguno tenía más de seis años, pero casi todos ellos habían recibido instrucción elemental en temas como biología, arte global, mecánica cuántica, religiones comparadas…
—¿Usted es un cura? —dijo otra niña tras consultar con el banco de datos a través del enlace ubicado a un costado del sillón—, ¿rabí, pastor, sacerdote de alguna de las religiones históricas? —Pero la pregunta fue sofocada por otras diez, proferidas por todos los niños al mismo tiempo.
—¡Nos está tratando de adoctrinar!
—¡Eso lo sacó de un libro muy antiguo!
—¡La blibo, yo sé!
—¡La Biblia, tonto!
—A mi padre no le gustará nada lo que usted intenta hacer con nosotros.
Pero el profesor parecía dispuesto a seguir adelante, ajeno a la resistencia que presentaban los niños a su discurso.
—Él lo hizo porque es todopoderoso y sabio, y por que le dio la gana. No hay que investigar, ni buscar explicaciones rebuscadas. 
Eso fue casi lo último que dijo. Una pulga triplaza cayó del cielo y se ubicó entre el profesor y sus alumnos. Dos técnicos del servicio de mantenimiento de androides inmovilizaron al profesor mientras un tercero removía la placa con la programación específica. Era obvio que los controles automáticos habían disparado la alerta. El profesor tuvo tiempo, no obstante, para una última parrafada. 
—Es una pena que el mismo Dios, ese Ser tan sabio, no explicara esto en la Biblia, con todos los detalles: cómo hizo la creación, al hombre y el pecado. Es una pena que no baje y nos lo diga ahora mismo; nos evitaría muchos esfuerzos, dudas y equivocaciones. Él podría arreglar todo esto ya mismo, si quisiera, sólo que no quiere, porque ustedes son malos, tienen la mente sucia, y…
—¡Por fín! —exclamó el técnico. Exhibía una alubia de tres centímetros entre sus dedos pulgar e índice. Los niños se arremolinaron para mirar. No todos los días se tenía la oportunidad de ver una alubia de androide recién extraída. Hubo “uhs” y “ahs”.
—¿Qué ocurrió? —quiso saber uno de los que sujetaba al androide mientras plegaba el cuerpo, ahora marchito y laxo y lo acomodaba en la estiba de la pulga.
—Otra broma de Arena, el humorista.
—Esta vez se le fue la mano.
—Me parece que será castigado —intervino el tercer hombre.
—¿Castigado? Lo dudo. Los miembros del consejo se van a partir de risa cuando se enteren que sustituyó la alubia del androide.
—Con los niños no se juega. Quiero decir, no se los debe perturbar, manipular o influir con ideas que pretendan ser irrefutables.
—Teorías. Miren a esos niños: ni el menor rastro de inquietud. Las rémoras de la Edad Oscura no pueden afectarlos. Esto será una buena excusa para nuevos juegos y disparará alguna que otra vocación por la cronohistoria.
—¿Ese no es Wel-Eloi, el hijo del viajero que exploró los tiempos de la Rebelión del Censo? 
—Exacto. ¿A quién se le ocurre pensar que un chiste tonto puede influir negativamente en ellos?
—¿Arena?
—Bueno, sí, Arena, pero sólo a él, y por un rato. Creo que va siendo hora de que se jubile, porque sus bromas pesadas ya no hacen reír a nadie… 

4 comentarios:

Florieclipse dijo...

Me encantó lo de la "forma tan científica y detallada". Buenísimo.

Salemo dijo...

Un relato esperanzador en el sentido de que en el futuro ni siquiera los niños van a poder ser engañados.Ojalá sea premonitorio, don Sergio.

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Tal vez suene pedante, ingenuo, grandilocuente o lo que quieran. Pero cuando empecé a leer ciencia ficción (y luego literatura especulativa) hace más de medio siglo, sentí que conjeturando futuros utópicos podríamos aproximarnos al lugar en el que la humanidad se saca la piel del cavernario, abandona la prehistoria y mira el futuro con esperanza genuina tras dejar atrás las rémoras, las cadenas y toda la basura que la religión nos ha obsequiado a lo largo de la historia. ¿Es posible que la especie dé el salto cualitativo? Si soy capaz de albergar alguna clase de fe, es esa.

pato dijo...

Excelente, Sergio! Lástima que la mayoría parece tener implantado el chip del bromista Arena...