domingo, 30 de noviembre de 2008

Desamor - Sergio Gaut vel Hartman


A Soledad Murúa Muñoz, que me dio la idea

—¡Maldito teléfono! —El sonido de un martillo de bronce repiqueteando sobre una máscara de cristal la extirpó de su goloso chateo con un poeta etíope—. ¿Quién habla?
—Yo —dijo una voz impostada.
—Yo es lo mismo que nadie —replicó la mujer irritada, aunque perfilando la estrategia para zafar del inoportuno desconocido—. Diga su nombre o corto ya mismo.
—Soy el teléfono, idiota. —Ahora la voz era dura, y contenía un tono de reproche nada velado que amenazaba convertirse en agresión.
—¡Absurdo!
—Para nada. ¿Ya olvidaste cuando me acunabas entre el oído y la boca y la saliva de tus dulces palabras mojaba mi cuerpo? Extraño esas caricias. ¿Por qué me abandonaste? ¿Acaso ese oscuro poeta es algo más que una señal en tu pantalla? ¡Yo soy real!
La mujer separó el tubo de su oreja, como si de pronto se hubiera convertido en una inmunda alimaña. —¡Estoy soñando! ¡No puede ser!
—¡No me dejes, por favor! —suplicó el teléfono, cambiando radicalmente el tono.
Intrigada, aunque recelosa, ella volvió a acercar el auricular. Fue suficiente. El sonido más agudo posible, una astilla de diamante, le atravesó el tímpano y se llevó consigo la mitad del cerebro antes de salir por el otro lado.

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