martes, 23 de septiembre de 2008

Libros indigestos - Sergio Gaut vel Hartman


Sentado ante una mesa había un tipo que devoraba libros, se los comía, como si fuesen higos. Kurosawa se frotó los ojos. Hubiera querido estar soñando, pero no estaba soñando; era el protagonista de una serie de cuentos efímeros.
—¿Qué hace, señor? —preguntó tímidamente.
—Mi amor por la literatura me precipitó en la bibliofagia.
—¿No sería mejor que les pusiera kétchup?
El comensal lo contempló con una mueca de asco y replicó: —¿Por qué clase de pervertido me toma? —Empezó a levantarse y Kurosawa notó que medía por lo menos tres metros y pesaba más de doscientos kilos. No tenía ni para empezar, si la cosa se planteaba en términos de confrontación, aunque él hubiera sido, en sus años mozos, campeón de sumo.
—No se irrite. Me retiro.
Un lugar tranquilo, pensó Kurosawa. ¿No puedo dar con un sitio silencioso y tibio en el que la brisa me acaricia y una muchacha de senos turgentes se dedica a coleccionar lugares comunes?
Demasiado pedir. Un hombre desnudo camina hacia él. Las plantas de sus pies sangran. En el espacio, una bandada de pájaros blancos, cubiertos de ceniza, susurran palabras ininteligibles. Kurosawa da la espalda a la escena, huye. 
Una granja de órganos. Peor el remedio que la enfermedad, reflexiona.

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